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Columna de John Müller; “El ‘pendulazo’”

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Agencia Uno / PAUTA
POR Andres Sepúlveda |

En menos de tres años, la tortilla de la política chilena se ha dado vuelta tan rápido que parece un castigo divino.

Hay algo que desborda la mera curva de aprendizaje de toda una generación de políticos y periodistas en el ‘pendulazo’ que se están dando en Chile. Ya no es sólo la experimentación en carne propia de situaciones que desde la orilla se veían como negligencias o confabulaciones de los rivales políticos, sino que hay una dimensión de castigo divino, de tragedia griega en unos hechos que, en tan breve plazo de tiempo, le han dado la vuelta a la tortilla al estado de ánimo del país.

Esta inflamación social sigue siendo hija del populismo. El resultado del 4 de septiembre de 2022, aunque supusiera la derrota de una Constitución demagógica, no puso fin a la extraordinaria ola de populismo que afloró en Chile en 2019 y que condujo a la elección presidencial de 2021, la más polarizada desde el retorno a la democracia. Al contrario, el plebiscito sólo marcó el fin del avance del movimiento pendular en un sentido, el que favorecía a la izquierda.

Hay que recordarles a los que ahora van remando con el viento a favor que, en las democracias de calidad, los políticos huyen de la idea de legislar en caliente como estamos haciendo en Chile. También hay que entender que el populismo nada sólido engendra, como están aprendiendo los mismos que hace menos de un lustro cabalgaban los sentimientos disparados por las redes sociales, desbaratando el prestigio de las instituciones. Lo recuerdo porque hoy hay operaciones de construcción de candidaturas, perfectamente asentadas en los vectores demagógicos, que creen que no hay que darle tregua al adversario, pero que después tendrán que pasar por la misma prueba que sufren Boric y los suyos.

Con el populismo, todas las victorias son temporales y efímeras.

Cuando el populismo entra en un sistema político es muy difícil de erradicar. Chile lo está comprobando. El populismo infecta a todos los partidos políticos, incluso a los más centrados. Pero también a las instituciones. Hay que tener un equilibrio extraordinario para sustraerse a los incentivos que genera esta competición por surfear la ola de las pasiones populares.

La única postura seria que cabe en estas circunstancias es el apoyo firme a las instituciones democráticas. Desgraciadamente, cuando en 2019 era necesario ese cierre de filas en torno a las instituciones, la gran mayoría de los políticos chilenos se pusieron de perfil, dejando que el presidente se equivocara en soledad. Hoy pagamos las consecuencias de esos errores.