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El problema de la prosperidad chilena

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POR Andres Sepúlveda |

Una de las lecciones no admitidas públicamente del 4 de septiembre es que la política no siempre es la solución y a veces es el problema.

“Los motivos profundos del malestar chileno siguen presentes”, le dijo Gabriel Boric a la directora del diario español El País la semana pasada. Aunque el Presidente parece haberse dado cuenta de que ya no está en su mano resolver todos los motivos del malestar chileno, es dudoso que el sector político donde tiene su domicilio lo tenga tan claro y el resto del arco político, tampoco.

El mecanismo psicológico por el que los políticos se hacen cargo de la felicidad de los ciudadanos, pero después empiezan a alejarse de éstos y sólo los utilizan como una excusa para ganar sus discusiones o imponer sus designios (que no son más que victorias personales) sigue siendo una incógnita para mí.

Una de las lecciones más importantes que dejó el plebiscito del 4 de septiembre es que una buena parte de los ciudadanos, especialmente esos que no participan de las elecciones con voto voluntario, saben perfectamente que nada de lo que discutan o hagan los políticos hará que los chilenos se hagan más ricos y prósperos por su propio esfuerzo. Este es un mensaje muy importante porque su traducción política es “no dicten más normas, quiten las que entorpecen”.

No sólo es un llamamiento a una Constitución minimalista y contenida, sino al reconocimiento de que la política no siempre es la solución y a veces es el problema. Y es también una advertencia de que ante los ‘ofertones’ de derechos sociales y transferencias de recursos del Estado que el borrador proponía, los chilenos no quieren sacar número en esa lotería.

En ese sentido, las palabras a El Mercurio de Ricardo Caballero, el economista chileno más citado del mundo, son muy reveladoras. Caballero apunta a un tema clave: el agotamiento del modelo chileno de desarrollo. Y no sólo se trata de que la combinación temprana de libre mercado y apertura al exterior nos brindó los mejores 30 años de nuestra historia, sino a que hemos decidido “jubilarnos” y empezar a vivir de las rentas, es decir, repartirnos lo que hemos ganado.

El economista pone un ejemplo clásico del escapismo de nuestra realidad. Nos comparamos con Dinamarca y entonces concluimos que trabajamos 500 horas más al año que los daneses, así que Camila Vallejo y otros deciden proponer iniciativas legales para reducir el número de horas que trabajamos. Omitimos elementos esenciales de la riqueza, la calidad del capital humano y la demografía, pero insistimos en ser Dinamarca, cuando nuestra realidad está más cerca de la de Malasia, donde ellos trabajan 300 horas más que nosotros. O de las de Singapur y Taiwán, países que crecen y no están estancados como nosotros, pero trabajan entre 200 y 400 horas más al año que los chilenos.

Las soluciones para que Chile sea más próspero no están en el debate constitucional. Y como nadie sabe cuáles son, es casi mejor que no lo estén.

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