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La doctora Cordero y la ‘regla Goldwater’

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POR Andres Sepúlveda |

Desde la campaña electoral de 1964, el código ético de los psiquiatras de EE.UU. les impide diagnosticar en público a personas concretas.

Siempre pensé que la psiquiatra María Luisa Cordero era el típico personaje de la farándula, alimentado por televisiones hambrientas de rating, pero relativamente inocuo para el debate político en Chile. Tengo que admitir que me equivoqué. De la farándula ella pasó a la política, como han hecho otros personajes, y hoy ocupa un puesto como diputada por Renovación Nacional en el Congreso Nacional después de haber sido candidata de la UDI a la Convención Constitucional (y no salir).

Dejé de pensar que era inocuo cuando empezó a diagnosticar a troche y moche a las personas que critica. Lo ha hecho con Izkia Siches y con Gabriel Boric, por ejemplo. Resulta insólito que un profesional de la Medicina discuta en público la condición de salud de quienes no han sido sus pacientes. En EE.UU. existe la llamada ‘Goldwater Rule’ que impide a los psiquiatras diagnosticar a figuras públicas a las que no hayan tratado personalmente y de las que no tengan su consentimiento para referirse a su salud mental. Cordero ha vulnerado reiteradamente esta buena práctica.

La regla de Goldwater la dictó la Asociación Estadounidense de Psiquiatría (AEP) después de que una revista de intelectuales de izquierda llamada ‘Facts’ (Hechos) publicara una edición especial sobre el candidato conservador a las presidenciales de 1964, Barry Goldwater. El número se titulaba “El inconsciente de un conservador: un número especial sobre la mente de Barry Goldwater” y jugaba con el título de un libro que el candidato había escrito para popularizar sus ideas en esa campaña: “La conciencia de un conservador”. La revista entrevistó a una lista de psiquiatras que opinaron sobre si Goldwater estaba en condiciones de ser presidente, aunque no lo habían diagnosticado personalmente.

El candidato Goldwater demandó al editor de la revista que fue condenada a pagarle una importante indemnización económica. A raíz de este escándalo, la AEP aprobó un artículo que dice: “En ocasiones se pide a los psiquiatras una opinión sobre un individuo que está en el centro de la atención pública o que ha revelado información sobre sí mismo a través de los medios públicos. En tales circunstancias, un psiquiatra puede compartir con el público su experiencia sobre temas psiquiátricos en general. Sin embargo, no es ético que un psiquiatra ofrezca una opinión profesional a menos que haya realizado un examen y se le haya otorgado la debida autorización para tal declaración”.

Resulta aberrante que la diputada Cordero recurra continuamente a diagnosticar los trastornos de sus rivales. Pero lo es más aún que existan medios de comunicación que den pábulo a sus intervenciones sabiendo que ella no ha tratado profesionalmente a los afectados.

La práctica de considerar como enfermos a los rivales políticos existe desde tiempo inmemorial, pero fue especialmente socorrida en la Unión Soviética y en la Alemania Nazi. En la desaparecida URSS, los disidentes políticos eran considerados enfermos mentales y como tales, recluidos en Gulags, como inmortalizó el escritor Alexander Solzhenitsyn en su famoso libro, ‘Archipiélago Gulag’. Trasladar conceptos de la biología a la política siempre ha tenido resultados nefastos en la historia de la Humanidad.