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La participación “no convencional”

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POR Matias Bobadilla |

“Una persona formada en el activismo”, dice John Müller, “proyecta su experiencia y piensa que todo el mundo quiere hacer lo mismo. La realidad es que las personas tienen intereses y problemas diversos”.

El teorema del martillo de oro lo formularon Abraham Kaplan, en 1964, y Abraham Maslow dos años después, en 1966. Kaplan dijo que, si le das un martillo a un niño, las emprenderá a golpes con todo. Maslow lo expresó así: “Supongo que es tentador pensar que, si la única herramienta que tienes es un martillo, puedes tratar cualquier cosa como si fuera un clavo”. El martillo de las jóvenes generaciones de políticos, particularmente de izquierdas, es la participación ciudadana.

Valentina Miranda, la convencional más joven (21 años), afiliada al PC y exportavoz de los estudiantes secundarios, lo describía así cuando le preguntan por las nuevas formas de hacer política que impulsa su generación: “Varias, pero no son nuevas, sino que nunca han sido reconocidas por la institucionalidad: entender que la democracia no sólo es ir a votar cada cuatro años, sino que dar espacio a las personas para que tomen y participen en las decisiones que más se pueda; deliberar en asambleas donde, a diferencia de los partidos, nadie está por sobre otro, y aportar a la discusión en base a lo que la juventud refleja hoy que, básicamente, es terminar con los prejuicios”.

Esto es lo que podríamos describir como la ensoñación de la participación “no convencional”. Una persona formada en el activismo, y que se ha pasado buena parte de su vida adulta en asambleas, manifestaciones y haciendo rondas, proyecta su experiencia y piensa que todo el mundo quiere hacer lo mismo. La realidad es que las personas tienen intereses y problemas diversos. Entonces lo que el activista piensa es que hay que liberar a las personas de “sus problemas” para que puedan dedicarse a lo que a él le gusta: la participación política.

Esta ilusión ocurre siempre que una generación joven impugna el statu quo. Ocurrió en el mayo francés y también pasó con Podemos en España, cuando irrumpió en 2014. Junto con las bravatas de sus dirigentes que querían instalar una guillotina en la Puerta del Sol, se organizaron los famosos Círculos de Podemos. Había círculos por barrios, por profesiones, por preferencias sexuales, etcétera. Hoy todavía quedan algunas cuentas de Twitter por ahí como recuerdo de la ilusión que le hacía a mucha gente descubrir que otros pensaban como ellos.

Pero desde el primer momento hubo quienes se dieron cuenta de que el grueso de la población no participaba. Algunos hasta plantearon la posibilidad de penalizar al que no lo hacía. Poco a poco, los círculos cayeron en el olvido. Primero, porque la gente no podía estar todo el día en asamblea, tenía otras cosas que hacer. Segundo, porque distintos episodios sembraron la desconfianza sobre la limpieza de los procesos de decisión (votaban personas que se podían inscribir hasta el último momento). Tercero, porque los problemas que habían alimentado el descontento (la crisis económica) iban desapareciendo.

Incluso en sus buenos momentos, el propio Podemos admitía sus limitaciones. En el documento de trabajo El músculo deliberativo del algoritmo democrático: Podemos y la participación ciudadana, uno de los padres de su estrategia de ciberactivismo, Miguel Ardanuy Pizarro, reconocía que había una contradicción porque  después del ritual asambleario las decisiones definitivas las tomaba un equipo técnico: “Efectivamente existe una aparente contradicción pero en general no creo que la crítica sea merecida. Escuchamos mucho a la gente, y no como el soberano que escucha a sus súbditos o quien otorga una dádiva. Todo lo contrario. Confiamos en la gente porque somos gente…”.

Confiamos en la gente porque somos gente. En fin. Al equipo técnico no le había votado nadie.

La participación por los canales institucionales, que es las que tiene más credibilidad, accesibilidad y respaldo cultural en Chile, está apenas en el 50% de las personas con derecho a voto. Este es el porcentaje que ha participado en las últimas convocatorias electorales. Conseguir que las formas “no convencionales” como las asambleas o los cabildos -un formato ya utilizado en tiempo de Michelle Bachelet– sean mayoritarias, requeriría un cambio estructural en la sociedad chilena que necesita un gran despliegue de energía. Y siempre existirá el riesgo de que esos canales no convencionales, amplifiquen voces y demandas que realmente no sean tan mayoritarias o urgentes. Afortunadamente, siempre podremos votar.

John Müller conduce Primera Pauta, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 07:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.