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Lecciones en el vecindario

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POR Andres Sepúlveda |

Los ejemplos de Brasil y Perú nos enseñan que un buen equilibrio entre las instituciones y la cultura política son un seguro de vida para las democracias.

Hay varias lecciones que surgen de la experiencia política reciente de nuestros países vecinos.

Brasil, por ejemplo, acaba de dar una lección sobre la importancia que la fortaleza de las instituciones tiene como seguro de vida para las democracias. Si las tres instituciones que se dan cita en la Plaza de los Tres Poderes de Brasilia estuvieran muy deslegitimadas ante la opinión pública, habría sido relativamente fácil acabar con la democracia brasileña. La complejidad institucional del país, con su estructura federal de gobernaciones, también contribuyó al fracaso de la asonada.

En Perú, en cambio, vemos una crisis que se ha originado por la disfunción de sus instituciones. Pero el padre de la Constitución peruana de 1993, que es Fujimori, no quería que su país quedara atrapado en un bucle de falta de gobernabilidad, sino todo lo contrario. Pero es evidente que se ha producido un desajuste entre el diseño institucional y otro factor muy importante: la cultura política. La cultura política de un país termina dando forma a las instituciones y así, una institución como la acusación constitucional o la vacancia en Perú, se acaban convirtiendo en meras herramientas para la venganza política, muy lejos de las ideas de sus creadores.

Un buen equilibrio entre instituciones y cultura es fundamental.

Para mantener una cultura política sana hay que cuidar los aspectos inmateriales de la convivencia democrática. Esta requiere que, además de las instituciones que constituyen el Estado de derecho, se protejan y estimulen los aspectos rituales de lo que se denomina ‘amistad cívica’. Ahí son importantes gestos de civismo como reconocer y aceptar la victoria de un rival en una cita electoral o comparecer en las ceremonias de transmisión del mando en las instituciones.

En Brasil, Bolsonaro, siguiendo el ejemplo de su maestro, el estadounidense Donald Trump, ni aceptó el resultado de las urnas ni acudió a la ceremonia de toma de posesión de su sucesor. Se rompió así una tradición centenaria en EE.UU. y menos antigua en Brasil, pero igualmente importante.