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Otro acto de fe

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Agencia Uno / PAUTA
POR Andres Sepúlveda |

Ni la confianza en los expertos, ni el engorroso mecanismo acordado ni en el papel vigilante del Congreso garantizan el éxito del proceso: cometeremos nuevos errores.

Hay un gran optimismo en el Gobierno, ciertos gremios y la derecha tradicional en torno al acuerdo alcanzado para continuar con el proceso de sustitución constitucional en Chile. La clase dirigente siente que ha hecho su trabajo y que ha cumplido con las expectativas creadas. Eso, a pesar de que, según Cadem, la opinión pública está dividida: un 51% está de acuerdo con la fórmula acordada y un 46% en desacuerdo. Los que más apoyan se identifican con la derecha y el centro, la clase media, los mayores de 55 años y votaron rechazo en el plebiscito. Quienes se oponen se identifican con la izquierda, votaron apruebo y son jóvenes.

Se ha establecido un engorroso mecanismo de filtros que debe garantizar que no se repitan los errores de la fallida Convención Constitucional. De hecho, un 55% de los consultados considera que el nuevo proceso será mejor que el anterior. No quiero ser aguafiestas: eso es un acto de fe. Es cierto, probablemente no repitamos los errores de la Convención, pero eso nos brinda la oportunidad de cometer otros nuevos y desconocidos.

La fe en los expertos, por ejemplo, que se desprende del acuerdo, es completamente infundada. La Convención también tuvo expertos. Una de las comisiones que peor anduvo fue la de Medio Ambiente y estaba llena de expertos que se definieron como eco-constituyentes. Su trabajo inicial recibió el rechazo del 85% del pleno, lo cual demuestra su incapacidad de hacer política. Es más, esa comisión fue la única que mostró un comportamiento fanático al señalar como traidores a los constituyentes socialistas que no apoyaron sus conclusiones. 

Una de sus líderes o referentes era Cristina Dorador, una científica mundialmente reconocida que encarna como nadie en Chile el título de “experta”. Sin embargo, Dorador no logró presidir la Convención pese a que lo intentó seis veces. Su estilo sólo gustaba en el Frente Amplio, porque ella, con la fuerza de su prestigio científico, empujó los límites de la Convención e instaló el tema del decrecimiento. Pero “su enfoque poético-científico”, como lo definió el convencional Renato Garín, nunca logró traspasar los límites de su torre de marfil. 

La fe en el mecanismo acordado también es irreal. Nada garantiza que funcione o que no tenga efectos indeseados. Nadie sabe cómo pueden jugar los tres grupos designados (juristas, expertos y comité técnico) y los dos cuerpos elegidos (Consejo Constitucional y Congreso). No se sabe qué equilibrios “personales” se van a establecer. Además, falta la letra chica del acuerdo (definir cuántos escaños reservados, por ejemplo) y los límites del reglamento de funcionamiento en los que la Convención perdió tanto tiempo.

La fe en el Congreso tampoco está justificada. La Cámara está muy marcada por el populismo y la polarización que atravesaba el país a finales de 2021. Hay diputados que son auténticos energúmenos (escoja usted el suyo) y hay temas, como los retiros previsionales, que enloquecen a las bancadas, algunas de las cuales se encuentran en fase de descomposición (véase el Partido de la Gente). En el Senado parece reinar una cierta estabilidad, pero esto dura hasta que se acaba.

El gran moderador del futuro texto constitucional será el resultado del 4 de septiembre. De hecho, los doce principios que figuran en los llamados ‘bordes’, ya son una Constitución, una que tendría cinco artículos más que la original de Estados Unidos.