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Una película que ya vimos

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POR Andres Sepúlveda |

Era cuestión de tiempo que los grandes incendios forestales entraran en las ciudades y pueblos de Chile, como nos anticipaba lo ocurrido en años anteriores.

No era difícil imaginar que tarde o temprano el escenario de los grandes incendios de 2017 iba a repetirse. Sobre todo si la secuencia se ha reproducido con increíble regularidad: un gran incendio de apertura de temporada en la zona de Viña y Valparaíso, afectando su difuso borde urbano, y después grandes fuegos en la zona cerealera y forestal del país.

Tras lo visto este último verano boreal tanto en California como en Europa, con altas temperaturas e incendios ‘asesinos’, Chile tenía todos los boletos para que le tocara el número de la lotería de la desgracia: 30-30-30, la proporción maldita de temperatura, humedad y viento que los expertos dicen que crea tormentas de fuego perfectas.

La destrucción en esta ocasión es incomparable. De momento, se han perdido más del doble de vidas humanas que en 2017 porque la singularidad de esta temporada ha sido que el fuego no se limitó al bosque, sino que se enseñoreó por importantes sectores poblados. Lo ocurrido en Santa Juana o en Purén es una tragedia inenarrable. La superficie arrasada supera ya largamente las 467.000 hectáreas de bosque que se perdieron la vez anterior.

El incendio no se quedó en el bosque por la mala gestión de lo que se llama el interfaz rural-urbano, esa tierra de nadie que los chilenos llenamos de basura, de malezas y que pareciera que está esperando a un nuevo plan regulador que lo convierta en urbanizable y multiplique su valor.

“La imprudencia, la mala gestión de los bosques, las altas temperaturas, el viento y los escasos medios humanos y técnicos se han combinado” para provocar los peores incendios de la década en Chile, decía un teletipo de la agencia española Efe. De estos cinco factores, sólo hay dos -la temperatura y el viento- que escapan del control humano. Los otros tres son perfectamente controlables.

La dotación presupuestaria es una buena medida de lo que nos importan las cosas. En octubre pasado el presidente Gabriel Boric anunció 83.000 millones de pesos para el Plan Nacional de Protección Contra Incendios Forestales del período 2022-2023. Se trata del 0,3% del PIB de Chile. España gasta en torno al 1% de su PIB en prevención de incendios. California apenas invierte el 0,1% de su presupuesto. Quizá de ahí la vorágine de fuego que vive todos los años.

Pero lo importante es aprender que los incendios se empiezan a apagar en el invierno. Es entonces cuando hay que realizar tareas de gestión del sotobosque con recolección de leña muerta, desbroce y ramoneo. También debemos cambiar nuestra manera de convivir con la naturaleza. El bosque más protegido no es el que permanece intocado, preservado de la acción humana. La mayor protección se genera a partir de una relación armónica entre el hombre y la naturaleza.