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La dolorosa rearticulación de los locatarios de la “zona cero”

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Agencia Uno
POR Fernanda Valiente |

Los comerciantes cercanos a Plaza Italia están cautos. El paso de Santiago a Fase Tres les ha permitido reabrir después de meses. Pero muchos temen el aniversario del 18 de octubre.

“Hay mucha gente antigua que está muy esperanzada de volver de forma presencial”, dice Marcela Bravo (45), vocera de la Galería Crowne Plaza. Este fue uno de los lugares más afectados durante la crisis social y de violencia de octubre pasado. “Zona de sacrificio”, le llamaron.

Bravo atendía en un minimarket ubicado en la calle Ramón Corvalán, donde llegaban principalmente oficinistas a comprarle almuerzos y colaciones. Pero no ha recibido ingresos desde el 10 de noviembre, día que tuvo que cerrar su local. “Nuestra población flotante ya no existe”, dice. 

Dado que se acerca el aniversario del 18 de octubre, no ha querido arriesgarse a volver a abrir el minimarket, donde trabaja desde hace siete años. “Nada te garantiza que puede existir el orden. Vamos a esperar el cumpleaños para esperar qué ocurre”, comenta con cierta resignación.

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Gracias a la ayuda de familiares y a un acuerdo con el propietario del local, Bravo solo tiene que pagar los gastos comunes. Además, con la ayuda de la ONG Desafío Levantemos Chile pudo agregar el portón de protección. Pero ella con su marido deberán costear la restauración de su tienda: el inmobiliario, la pintura y las vitrinas. 

El Crowne Plaza, epicentro de violencia 

Ubicado en la Alameda, entre las estaciones de metros Baquedano y Universidad Católica, la galería del Crowne Plaza albergó a 135 locatarios antes del estallido social. Después el número bajó a 36, de los cuales nueve están recibiendo público de forma presencial. 

Uno de esos locales es el de Geancarlo Anziani (43). “Si no hubiese sido por la pandemia, hubiésemos muerto. Gracias a la pandemia empezamos a trabajar. Los sucesos de octubre a marzo fueron el triple de peor”, dice el locatario del taller de guitarras Anziani Guitar ubicado en el Crowne Plaza. Pese a que cada semana hay más fluidez, “no alcanza a ser ni el 10% antes de octubre”, sostiene. 

“Un amigo pasó una vez a saludar y se fue llorando. ‘¿Qué pasó con nuestra catedral? Te pido por favor que no cierres la tienda'”, comenta Patricio Soto (55), quien trabaja en la tienda Blues desde hace 25 años. En ella colecciona baterías vintage.

El local no es su única fuente de ingresos. También hace remates y al mantenimiento de vehículos. “Pero mi pasión es la música”, agrega. “Toda mi vida me he dedicado a restaurar baterías”. 

Antes de la pandemia recibía a aficionados, amigos y familiares. También a muchos niños interesados por la música. Pese a que no todos compraban, era parte de un paseo cultural. 

Los que se avanzaron 

En estas circunstancias, la reinvención es clave. Y una de las más famosas cafeterías de cerca de Lastarria lo logró hacer.

Wonderland Café ofrece una experiencia de otro mundo para sus clientes. La ambientación de Alicia en el País de las Maravillas es un lujo para aquellos que buscan despejarse y disfrutar de una decoración hogareña y creativa. 

El lunes la cafetería volverá a abrir sus puertas. 

“Antes de la pandemia intentemos el modelo de delivery, pero a pequeña escala. Habíamos contratado UberEats gracias a la recomendación de un amigo que trabajaba allí. Ahí solo vendíamos café y pasteles, ya que nuestro fuerte era claramente la venta presencial, gracias a la experiencia que ofrece el ambiente”, dice su dueño Steven Montoya Ortiz.

Luego acoplaron otras ofertas de reparto a domicilio y lograron tener alrededor de 350 pedidos semanales. Actualmente, a la página web le están agregando la opción de un carro de compra para facilitar el proceso, y también tiene la opción de realizar pedidos por WhatsApp.

La cafetería se acogió a la Ley de Protección al Empleo, lo que ayudó a que los contratos se mantuviesen vigentes. De esta forma, no hubo despidos. 

Wonderland Café reparte a toda la Región Metropolitana, y cuenta con la opción de retiro presencial, gracias al levantamiento de la cuarentena. Debido a que la comuna de Santiago pasó a Fase Tres, la cafetería está “esperando ansiosamente para abrir las puertas el lunes con todas las medidas sanitarias”, dice Montoya. Podrán atender en la terraza y en la vereda.

Marcela Bravo, quien vive en La Florida, intenta visitar su minimarket una vez al mes. A diferencia del Wonderland Café, que está más alejado del epicentro de los disturbios de octubre de 2019, dice que no ha podido reinventarse. “El daño sicológico no ha logrado replantear nuevas ideas”, comenta. 

Se acerca el aniversario

¿Cómo se están preparando para cuando se cumpla un año de las protestas?

“Pensamos defender la Galería con chalecos y extintores”, dice Bravo. 

Francisca Fernández (44) arrienda la fuente de soda Blasco y el bar restaurante que colinda con el Teatro Universidad de Chile, a un español. Lleva 15 años trabajando en la zona. “Nosotros ya pasamos lo peor”, dice sobre el estallido. “Íbamos a entregar la fuente de soda. Hablamos con el dueño y nos eximió del pago de arriendo”, cuenta. 

Fuente de soda Blasco, ubicada a la salida del metro Baquedano. Créditos foto: Francisca Fernández

Gracias al paso a Fase Tres está atendiendo en la terraza, y espera poder abrir el restaurante para la Fase Cuatro, ya que, por ahora, el horario de cierre es a las 20:30. Antes de la crisis social, el local funcionaba hasta las cuatro de la mañana. 

Si bien el año pasado algunos locatarios se quedaron resguardando sus restaurantes, Fernández siente que este año no será la opción en su caso. “Estamos tan traumados que yo creo que solo me voy a quedar un rato”. 

El delivery no es lo mismo 

A Bravo le preocupan los locatarios que llevan más de cuarenta años trabajando en la zona. “Son personas que no se pueden reinventar”, afirma. Incluso, para ella es difícil, pero familiares la ayudan. 

“Del sector somos muy tradicionales y nos cuesta mucho el método de las redes sociales. Lo estoy intentando con dos plataformas, pero estoy sin fotos. Ahora llega mucha gente y tenemos que empezar a levantar más trabajadores”, cuenta. 

Por ende, forma parte del directorio del gremio de 20 locales de la “zona cero”, para organizar su restauración. Pese a que algunos esperan que avancen las fases de desconfinamiento, en otros persiste el temor de un resurgimiento de los enfrentamientos. 

“¿Quién va a querer comer o tomar algo en medio de piedras y gas lacrimógeno”, se pregunta. En ese caso, volverían a perder las mercaderías. 

Soto, de la Galería Crowne Plaza, revela la misma incertidumbre. “Ahora no me da la seguridad de llevar los instrumentos al local. Nos pueden tocar las mismas condiciones del año pasado. Fui a banco a hipotecar el local, y ahora pasamos a ser unos parias”, sostiene. 

Dejar el lugar de trabajo 

¿Y qué ocurre con los adultos mayores y sus negocios? “Si no hubiese sido por el Covid yo creo que hubiese vuelto a abrir mi librería. Empezar de nuevo es imposible, además de que no está la seguridad del sector“, dice María González (79).

Trabajó 47 años en su local ubicado en Vicuña Mackenna. Atendió a oficinas del sector, a estudiantes e incluso al personal de la Embajada de Argentina. Pero con el estallido, y luego con el coronavirus, su clientela se desvaneció completamente. 

Durante los primeros días de febrero se vio obligada a despedir a la trabajadora que llevaba 22 años en el local y ya en marzo dejó el arriendo. “Todos decían ‘aguante’’. ¿Pero cómo? Si para mi rubro no había gente. Además, se está haciendo el trabajo desde casa”, dice. 

Resistir y esperar

Heriberto Hok (74) heredó el bar restaurante Bierstube, creado en 1960, ubicado en la calle Merced. “Somos una tradición del barrio y de Santiago. Bierstube significa los bares de los barrios. Esto lo vas a encontrar en todos los pueblos de Alemania”, dice su dueño.

Para él, el estallido y la pandemia significó tener que despedir a cuatro de sus ocho trabajadoras. Se acogió a la franquicia del pago de cesantía y el saldo lo ha compensado con sus ahorros. Han sido 11 arduos meses donde ha debido sacar la plata de su bolsillo. 

Mientras que algunos restaurantes abrieron sus puertas con mesas en las calles o veredas, o la incorporaron el delivery, para Hok estas no son opciones viables. “No saco nada con vender con delivery cuando voy a ganar en el día veinte mil o treinta mil pesos. Además, la vereda mía es muy pequeña. No sé qué tan agradable es tomarse una cerveza y comerse un sándwich con el humo de la micro al lado”, comenta. 

La pérdida de un local no solo implica un costo monetario. Además, se dejan de ver a los clientes recurrentes y de compartir con la gente. “Había un señor que cada 15 días le hacía exámenes a sus gatos. Por mientras que su hija estaba en el veterinario, él se instalaba con sus nietos en mi restaurante”.

Es así como compartía clientes con la dueña del centro veterinario. “A ella le iba bien y a nosotros nos servía de estímulo. Los niños se llenaban la guata con coca cola y se comían sus sándwiches. El señor se pedía sus cervezas. Todo eso desapareció, porque esa señora tuvo que buscar otro lugar para seguir subsistiendo”, dice.

Otro de los puntos que causa angustia para los trabajadores del sector es el estado de destrucción permanente. “Nosotros pusimos flores, pintamos y arreglamos las calles. Pero hoy es lamentable. Hay gente que no permite que lo arreglemos porque dicen que es el ‘recuerdo del despertar'”, dice. 

Para Hok resistir y esperar es “cosa de orgullo. Este lugar fue creado por mis padres alemanes. Creo que en algún momento va a ser distinto. No sé cómo ni cuándo. A mí me dijeron el 24 de octubre que cerrara el negocio. Y yo dije ‘no, voy a esperar hasta el 1 de diciembre’ pensando que podríamos trabajar. Pero el 16 de marzo volvimos a cerrar. Hemos tenido que pagar contribuciones, patentes, luz, agua, gastos comunes y el dividendo”, cuenta.