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Vivir y sobrevivir en la “zona cero”

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Una mujer intenta pasar con un coche por la vereda de la Alameda en la esquina con Irene Morales. Créditos foto: PAUTA
POR Fernanda Valiente |

Problemas al dormir y cambios de rutina son parte de las experiencias de quienes residen en el epicentro de las protestas. Algunos dejaron de llevar a sus hijos a los parques y hay adultos mayores que no se atreven a salir.

Es mediodía del viernes 14 de febrero y Carlos M. (79) sale de su edificio ubicado en la esquina de Ramón Corvalán con Carabineros de Chile, donde vive desde hace 22 años. Va con su carro de compras y sus lentes de sol. Camina con precaución, esquivando las piedras y vidrios que se encuentran en la vereda. Una vereda sin cemento, pero llena de hoyos y ripio.

Lentamente, Carlos M. se dirige hacia el paradero de Ramón Corvalán con la Alemada a tomar la micro para ir un supermercado en Providencia. Hasta hace cuatro meses, cuando comenzó el estallido social, sus compras las hacía a pie. Todo le quedaba cerca.

Hoy su barrio es parte de la “zona cero” —que abarca Diagonal Paraguay, Portugal, Vicuña Mackenna, Ismael Valdés Vergara, Monjitas y Ramón Corvalán, entre otras calles—, donde ocurren los enfrentamientos y las persecuciones entre los manifestantes y carabineros. En especial, los viernes por tarde.

Carlos M. ya no puede ir al cine ni a misa, porque las iglesias de Vicuña Mackenna y la parroquia de Lastarria fueron incendiadas. “Tengo que volver al departamento máximo a las tres de la tarde, porque después de esa hora siempre hay algunos malulos que están dando vueltas acá, gritando y pataleando. Yo no quiero que me llegue una piedra ni que me mojen”, dice.

Debido a los disturbios -barricadas, quema de vehículos, rotura de veredas, gas lacrimógeno y golpes con piedras en las rejas de los edificios-, varios locales comerciales fueron cerrados. Entre ellos el supermercado Unimarc de Portugal -donde Carlos C. hacía sus compras-; la Mutual de Seguridad ubicada en la Alameda; el hotel Crowne Plaza, además de la farmacia y el banco que se encontraban en Alameda con Vicuña Mackenna.

Justamente en esta útlima esquina es donde vive Rodrigo Zúñiga (58). Su edificio, cuenta, ha tenido varias amenazas de incendio.

Todos los días, Zúñiga camina por Vicuña Mackenna para ir a buscar a su esposa, que sale del trabajo después de las 18 horas. Dice que ambos esquivan los focos de violencia que se van destapando por el camino.

Por la noche, relata que están obligados a cerrar las ventanas. No solo por el ruido, sino también por el gas lacrimógeno. “Tengo que ‘matarme’ de calor”, comenta. “A veces las protestas de los viernes duran hasta las dos o tres de la mañana. Entonces Carabineros trata de poner orden, pero igual quedan grupos. Hay peleas, después se ponen a tomar y a tener confrontaciones entre ellos mismos”.

Incluso, se queja de que sus mascotas están estresados con el entorno. “Los perros dejaron de comer y el gato da vueltas por el departamento”.

El desarraigo forzoso

Carmen León (80), presidenta de la junta de vecinos del sector de la “zona cero”, que reúne alrededor de 280 socios, pensaba morir en su departamento ubicado en Ramón Corvalán. Pero su familia trata de convencerla de que se mude. “Pero yo no me quiero desarraigar todavía de acá. Quiero esperar los acontecimientos, porque tengo fe y confianza que en Chile va a primar la cordura. Es que no puede ser esta locura. No se pueden solicitar los derechos con violencia”, expresa.

Tras el estallido, han surgido iniciativas de los vecinos para protegerse e informarse. La cuenta de Instagram @zonacero_scl es manejada por residentes de este sector, quienes independientemente de su postura, comparten videos para visualizar sus problemas de seguridad.

Andrés Salvatierra (40) integra la junta de vecinos. Vive desde hace 25 años en Ramón Corvalán, en un edificio de 20 pisos que parece ser un espacio de resguardo idílico: es la única construcción del barrio que conserva pasto y flores gracias a sus rejas en altura. 

Desde su departamento se ven los enfrentamientos que ocurren todas las tardes. Y junto con sus vecinos, se organizan cada tarde para resguardar la entrada del edificio. 

Pese al estrés que vive, Salvatierra destaca un hecho postivo: por la emergencia, ha conocido a muchos vecinos.

Un anciano llorando en Plaza Italia

A cuatro meses del estallido social, los vecinos ha debido adaptar su rutina -y hasta su vestimenta- a este nuevo entorno. 

Es el caso de Verónica Romero (58). Porque las piedras, los restos de vidrios en la calles y los hoyos en lo poco que queda de la vereda de su barrio, han hecho que tomara la decisión de comprarse bototos para poder caminar sin riesgos. “Con las zapatillas se siente el suelo”, dice mientras apunta el cemento destruido.

Romero también vive en edificio de la esquina de Ramón Corvalán con Carabineros de Chile, donde los  departamentos del primer piso tienen los vidrios de las ventanas quebradas. Tuvieron que instalar una reja en la entrada principal.

Pese a su entorno, Verónica sonríe constantemente y saluda a los vecinos: “Si el que está al lado mío está mal, yo también”. 

No olvida una escena que la marcó: una tarde vio a un anciano llorando en un edificio frente a Plaza Italia. “No había comido en tres días, porque no se atrevía a salir de su departamento. Entonces, lloré con él”, recuerda emocionada.

Vecinos divididos en San Borja

Las torres de la histórica Remodelación San Borja representan un complejo arquitectónico compuesto por más de 20 edificios, con alrededor de 20 pisos cada uno. Nacieron en los años 70, por lo que pasaron a ser uno de los núcleos más conocidos en el centro de Santiago. 

Isidora Macuer (27) tiene de dos niñas, de dos y tres años, y es residente de una de una las torres ubicada en Diagonal Paraguay, entre Lira y Portugal. Vive ahí también con su madre. 

Hoy evita ir al Parque San Borja y al Parque Bustamante, donde solía llevar a sus hijas a jugar. Ya no sale de su departamento los viernes. Después de cuatro meses, dice que se adaptó.

“En marzo hay que ver cómo retoma esto. No creo que retome suavecito, pero igual estamos como acostumbradas. O sea, vivimos como en una burbuja muy tóxica, pero a la vez tenemos conexión para  todos lados. Entonces cualquier cosa que vaya a ocurrir, igual tenemos cómo solucionarlo”, dice Macuer, quien tiene el jardín infantil de sus hijas a una distancia de 10 minutos caminando. 

Algunas organizaciones de vecinos han tomado votos de silencio con la prensa para resguardar su seguridad. Los edificios frente al metro Baquedano son uno de ellos. Créditos foto: PAUTA
Algunas organizaciones de vecinos han tomado votos de silencio con la prensa para resguardar su seguridad. Los edificios frente al metro Baquedano son uno de ellos. Créditos foto: PAUTA

Uberlinda afuera del edificio donde trabaja en Ismael Valdés Vergara. Créditos foto: PAUTA
U.S. afuera del edificio donde trabaja en Ismael Valdés Vergara. Créditos foto: PAUTA

S.I. es una dueña de casa -pidió reserva de su identidad- que vive hace más de 10 años en las torres San Borja con su hija, su marido, dos gatos y un perro. Dice que “el tema no es la manifestación, sino la destrucción del entorno”. Y pone como ejemplo lo que ha visto y vivido: saqueos de pequeños locales comerciales en su barrio, ataques a conserjerías y destrucción de cámaras de seguridad.

“Existe una romantización de la violencia”, dice tajante. Y añade: “Desde el punto de vista estético, el barrio cambió completamente”. También cambió su rutina: ya no puede ir al Parque Bustamente con su hija para andar en bicicleta. “No sé con lo que me voy a encontar. Hay restos de lacrimógenas y piedras”, cuenta.

Baja el sol y por las ventanas de su departamento se cuelan gritos, bombazos y gas lacrimógeno. S.I. se apura en cerrarlas. Y cuenta que para que su hija pueda dormir, sobre todo los viernes, debe ponerle música.

Hay roces entre los habitantes de las torres. “Se han generado conflictos de opiniones importantes entre los vecinos. Algunos están de acuerdo con la lucha; otros dicen ‘no, perdóname, yo puedo estar de acuerdo, pero tampoco quiero que me destruyan el espacio en el que vivo'”, destaca.

Uno de los conserjes de las Torres San Borja, quien pidió no revelar su nombre, comenta que los adultos mayores ya no salen de paseo.

“Antes las abuelitas se iban al parque con sus nietos. Son señoras de sobre 70 años. Ahora tienen miedo a salir porque les puede pasar algo. Le quitaron esa parte a la familia. Era gente mayor que quería recrearse”, señala.

Una tarde, relata el conserje, tuvo un altercado con un grupo de manifestantes. “Por lo menos 20 personas” que ingresaron al edificio para resguardarse de los carabineros. Después de un rato, logró sacarlos.

La parroquia de Lastarria fue incendiada. Créditos foto: PAUTA
La Iglesia de la Veracruz de Lastarria fue incendiada. Créditos foto: PAUTA

Encerrados frente al parque Forestal

“Los conserjes lo estamos pasando mal. Los residentes se aseguran en sus departamentos, pero uno es responsable de acá abajo”, dice U.S., quien trabaja como conserje desde hace 15 años de uno los edificios de Ismael Valdés Vergara, ubicados frente al Parque Forestal. Cuenta que desde octubre de 2019, debe cerrar las puertas del edificio a las cuatro de la tarde por precaución, lo que significa que queda completamente “aislada”.

José Bazalar, conserje de un edificio contiguo, también le cambió la vida. Su turno comenzaba a las siete de la mañana y se retiraba a las cuatro de la tarde, pero después de la crisis social debió asumir también el turno nocturno, dado que su compañero -que tiene sobre 70 años- decidió no ir a trabajar durante estos meses.

Relata que todas las noches, cuando los manifestantes bajan desde Plaza Italia escapando de carabineros, entra el gas lacrimógeno a los departamentos. Lo mismo le ocurre a U.S., quien pese a que deja cerradas las ventanas de su dormitorio que comparte con su perro, en la planta baja de su lugar de trabajo, debe aguantar el olor que se filtra desde la calle.

El restaurante de comida chilena, Liguria, ubicado en Lastarria permanece cerrado. Sin embargo, otras opciones turísticas del barrio como el restaurante dedicado al vino, Bocanáriz está funcionando. Créditos foto: PAUTA
El restaurante de comida chilena, Liguria, ubicado en Lastarria permanece cerrado. Sin embargo, otras opciones turísticas del barrio como el restaurante dedicado al vino, Bocanáriz está funcionando. Créditos foto: PAUTA

Turistas toman fotografías de la estatua del General Baquedano un lunes. Créditos foto: PAUTA
Turistas toman fotografías de la estatua del General Baquedano un lunes. Créditos foto: PAUTA

Un grupo de alrededor de 20 carabineros en moto dan vueltas por el sector y se acercan a algunos jóvenes que se tapan el rostro, sentados junto a la estatua del Coronel Baquedano, para pedirles sus identificaciones. Créditos foto: PAUTA
Un grupo de alrededor de 20 carabineros en moto detenidos en la esquina de Alameda con Vicuña Mackenna. Cada cierto rato algunos de ellos dan vueltas por el sector y se acercan a algunos jóvenes que se tapan el rostro, sentados junto a la estatua del Coronel Baquedano, para pedirles sus identificaciones. Créditos foto: PAUTA

Rodrigo Zúñiga afuera de su edificio ubicado en la esquina de Vicuña Mackenna con Alameda. Créditos foto: PAUTA
Rodrigo Zúñiga afuera de su edificio ubicado en la esquina de Vicuña Mackenna con Alameda. Créditos foto: PAUTA

Vecinos conversando en la esquina de Ramón Corvalán con Carabineros de Chile. Créditos foto: PAUTA
Vecinos conversando en la esquina de Ramón Corvalán con Carabineros de Chile. Créditos foto: PAUTA

“Mamá, hay ruido y humo”

Connie Rojas (34) vive en calle Monjitas desde hace 10 años. Es vecina del Edificio del Comercio, uno de los focos de disturbios de los últimos cuatro meses. Cuando pasa por ahí, su hijo de cinco años y ella saludan y conversan con los guardias, varios de ellos adultos mayores.

“Un día trataron de quemar el edificio con ellos adentro. Creo que ese día colapsé. Esa noche empezaron a tirarles piedras, y en eso yo digo ‘pero vecinos, hagamos algo, e hicimos un escudo para que ellos pudieran salir y correr. Nos pusimos como barrera para que no les hicieran nada. En eso llegó Carabineros. Los guardias estaban tiritando”, recuerda.

Son cerca de las 10 de la noche y de pronto, afuera de su departamento, se escucha correr a un grupo de manifestantes. “Mamá, hay ruido y humo”, le dice su hijo. Ella sube el volumen a la televisión para que se quede dormido.

“No le comento nada, porque es un rencor que no tiene por qué tener. Es una rabia de otras personas y él está recién creciendo […]. Él sabe que, si está jugando en el patio, que da justo a la calle y están tirando bombas lacrimógenas, tenemos que entrar. Entonces se adapta acá adentro, juega solito, y se aburre. Está esperando que llegue marzo para poder entrar a clases”, cuenta.

Dos personas se acercan a un carabinero que dirige el tránsito en la esquina de Vicuña Mackenna con Alameda. Créditos foto: PAUTA
Dos personas se acercan a un carabinero que dirige el tránsito en la esquina de Vicuña Mackenna con Alameda. Créditos foto: PAUTA

Un señor limpia graffitis de la puerta del edificio ubicado en la esquina de Irene Morales con Coronel Santiago Bueras. Créditos foto: PAUTA
Un hombre limpia graffitis de la puerta del edificio ubicado en la esquina de Irene Morales con Coronel Santiago Bueras. Créditos foto: PAUTA

El hotel Crowne Plaza fue saqueado, al igual que la mayoría de los locales musicales que se encuentran en su interior. De acuerdo a Víctor Peña, dueño de una de las tiendas musicales, en marzo abrirán una entrada por Alameda. Créditos foto: PAUTA
El hotel Crowne Plaza fue saqueado, al igual que la mayoría de los locales musicales que se encuentran en su interior. De acuerdo con Víctor Peña, dueño de una de las tiendas musicales, en marzo planean abrir una entrada por Alameda. Créditos foto: PAUTA

Revise una galería de imágenes de la “zona cero” captadas por PAUTA:

Nota: algunas personas aparecen con una letra inicial como apellido, buscando proteger su identidad.