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Columna de John Müller: “Humanos o robots: el futuro de la minería chilena”

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PAUTA
POR Equipo Radio Pauta |

En “La Acera de los Tontos”, la columna de John Müller para Radio Pauta, el periodista escribe que “el accidente en El Teniente revela una brecha que Chile debería apurarse en cerrar: la de la robotización de tareas peligrosas bajo tierra (…) El verdadero oro de la minería chilena ya no está en el subsuelo, sino en su capacidad para innovar sin dejar a nadie atrás”.

El trágico accidente en la mina El Teniente, que se cobró la vida de seis trabajadores producto de un “estallido de roca”, pone sobre la mesa una cuestión que Chile no puede seguir postergando: ¿hasta dónde debería llegar la robotización y la inteligencia artificial en la minería? El llamado “rockburst” es un fenómeno geomecánico que suele afectar a minas profundas y maduras, como las de Codelco, y contra el cual las medidas tradicionales de seguridad son a veces insuficientes. La pregunta no es solo tecnológica, sino ética y estratégica: ¿por qué seguir exponiendo vidas humanas cuando existen alternativas tecnológicas crecientemente disponibles?

Chile no es ajeno a la automatización minera. De hecho, ha sido uno de los países pioneros en la adopción de camiones autónomos y centros de monitoreo remoto. En la mina Gabriela Mistral, por ejemplo, Codelco opera desde 2013 camiones sin conductor, controlados con GPS desde una sala de operaciones. La experiencia ha permitido reducir accidentes, optimizar el consumo de combustible y aumentar la eficiencia de los ciclos de carga y descarga. BHP, en tanto, ha implementado soluciones similares en Escondida y Spence.

Pero la automatización ha avanzado más rápido en la superficie que en las minas subterráneas, donde los riesgos geológicos son mayores y las condiciones operativas mucho más complejas. En este contexto, el accidente en El Teniente revela una brecha que Chile debería apurarse en cerrar: la de la robotización de tareas peligrosas bajo tierra. Robots capaces de operar en galerías inestables, perforar, colocar explosivos o instalar refuerzos podrían evitar tragedias como la reciente.

Empresas como Sandvik o Epiroc con máquinas autónomas ya ofrecen soluciones de este tipo. Sus equipos de perforación automatizada y sus sistemas de carga remota han sido adoptados en países como Suecia, Canadá o Australia, donde la minería subterránea ha apostado fuerte por la digitalización y la seguridad. En Kiruna, Suecia, la mina subterránea más grande del mundo ha desplegado vehículos y maquinaria autónoma en condiciones geológicas adversas, con resultados positivos tanto en seguridad como en productividad.

Otro caso paradigmático es el de Rio Tinto, en Australia, que ha desarrollado un ecosistema minero casi completamente automatizado en la región de Pilbara: trenes, camiones, y perforadoras son manejados con mínima intervención humana desde un centro remoto en Perth, a más de 1.500 kilómetros de distancia. Si bien se trata de minería a rajo abierto, el principio es aplicable: reducir la exposición humana al riesgo mediante el despliegue de tecnología.

Sin embargo, no todo es tan simple. La robotización trae consigo costos de inversión elevados, requiere una infraestructura digital robusta y, sobre todo, plantea el desafío de la reconversión laboral. ¿Qué pasa con los trabajadores que hoy cumplen tareas que podrían ser asumidas por robots? La experiencia australiana muestra que con capacitación y voluntad política se puede reconvertir a los trabajadores hacia labores de supervisión, mantenimiento y análisis de datos. Pero no es un proceso automático.

En Chile, este debate está a medio camino. Si bien existen planes de formación en habilidades digitales impulsados por el Consejo de Competencias Mineras y algunas universidades, la escala de la transición tecnológica supera lo planificado hasta ahora. Es necesario un pacto público-privado que asegure una transición justa: la tecnología debe salvar vidas, no destruir medios de vida.

El caso de El Teniente debería servir como un punto de inflexión. El sacrificio de seis trabajadores no puede quedar en una estadística ni en una promesa de investigación. Debería traducirse en una aceleración decidida hacia una minería subterránea más segura, robotizada y eficiente. Chile, como principal productor de cobre del mundo, no puede darse el lujo de liderar en volumen, pero quedarse rezagado en seguridad y tecnología.

La robotización no es una panacea, pero tampoco una quimera. En un contexto de minas cada vez más profundas y costosas, y con presiones ambientales y sociales crecientes, representa una ruta viable para sostener la competitividad sin poner en riesgo vidas humanas. El verdadero oro de la minería chilena ya no está en el subsuelo, sino en su capacidad para innovar sin dejar a nadie atrás.