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Carta a Emily Dickinson

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POR Cristián Rodríguez |

“He pensado mucho en usted”, relata Cristián Warnken. “Y le escribo porque creo que usted es la poeta del desconfinamiento. Y del confinamiento también”.

Estimada y admirada Emily Dickinson:

No he dejado de pensar en usted en estos días en que, en esta parte del mundo, volvemos a ser confinados y, entonces, es muy fácil dejarse contagiar por la desesperanza y la melancolía. Tal vez debiera partir contándole que desde hace casi dos años una “peste”, a lo que hoy se la llama eufemísticamente “pandemia”, paralizó nuestro agitado y veloz mundo global.

Ha muerto mucha gente y los países han ido pasando períodos de confinamientos y períodos de seminormalidad. Ha sido agotador y duro para todos, sobre todo para los niños, que no pueden ir a la escuela, y los jóvenes, que no pueden vivir con normalidad su juventud. La depresión y la ansiedad han aumentado exponencialmente y ningún pronóstico del futuro es hoy creíble: nos hemos ido acostumbrando a vivir en la incertidumbre total.

Probablemente a su generación le debe haber tocado alguna situación parecida, pero las epidemias o pestes son olvidadas después y ni los libros de historia las consignan todas. ¿Pasará lo mismo con esta que estamos viviendo, o habrá un antes y un después en la historia de la civilización? Eso no lo sabemos. Hoy el “no sé” es mucho más honesto y plausible que cualquier otra actitud.

Me he acordado de usted en estos días y es extraño escribirle a una mujer, una poeta que partió de este mundo el año 1886. Pero es curioso, la siento tan cercana, más entrañable que muchos de los escritores contemporáneos que leo: sus versos, tan puros, tan genuinos son una música que escasea en estos días, una música que hace bien al alma, esa alma de la que nadie habla, porque pareciera que no existiera.

Me siento tentado de llamarle “Alma” a usted: al hablarle siento que le hablo a un alma, un alma que sigue por ahí, revoloteando entre unos preciosos versos, pero también en mi jardín. Estoy seguro que si usted se convirtió en algo después de su muerte fue en mariposa o en hada, en energía que vibra delicadamente en las plantas y el aire. He pensado mucho en usted y le escribo esta carta porque creo que usted es la poeta del desconfinamiento. Y del confinamiento también.

Me explico: usted pasó gran parte de su vida recluida en su habitación de la casa de su padre, sin salir a ninguna parte, en su Amherst natal. Fue una decisión radical y para muchos incomprensible. Pero usted la tomó con plena conciencia y hasta con felicidad. En esa soledad y aislamiento total creó una de las obras más sólidas de la literatura universal: no lo digo yo, lo dice Borges, un lector sensible y exigente. Su decisión de permanecer ahí, en esa reclusión fuera del mundo siempre me impresionó. Pero no fue la reclusión de una persona depresiva que baja las cortinas y no quiere saber nada de la vida. No. Todo lo contrario: usted convirtió cada uno de los pequeños y más sutiles hechos de su vida cotidiana en acontecimientos. Usted nos enseñó lo transparente y mágica que es la vida: que hay que estar atentos, en estado de gracia para percibir lo que nos es regalado todos los días, pero que no vemos, porque la mayoría de las veces estamos -como nos enseñó Heráclito– “presentes/ausentes”.

Usted estuvo presente/presente y tal vez por eso no quiso perder la poca energía vital que nos es dada en el tráfago del mundo. Pascal afirmó una vez que “todas las desgracias del hombre se derivan del hecho de no ser capaz de estar tranquilamente sentado y solo en una habitación”. Usted es tal vez una de las excepciones a esa fuga permanente del ser humano de estar consigo mismo o con los más cercanos: hemos ido creando a lo largo del tiempo cientos de dispositivos para seguir fugándonos.

El ser humano puede vivir una vida entera y no haber estado nunca consigo mismo ni con las cosas y seres que lo rodean: usted vivió cada minuto, cada instante en estado de escucha, en conversación con los elementos, con las horas del día, como un monje de claustro, pero su templo fue su casa, su jardín y su habitación. Usted nos enseñó a conversar con los pájaros, con la noche, con el viento. Recuerdo estos memorables versos suyos: “El viento llamó con golpecitos/ como un hombre cansado./ Y como una anfitriona, yo/ contesté resuelta “entra”./ Entró entonces en mi habitación./ Un veloz convidado, sin pies/ a quien ofrecer una silla/ era tan imposible/ como ofrecer un sofá al aire”.

Sólo alguien de alma tan transparente como la suya puede conversar así con el viento y acogerlo hospitalariamente, como un convidado muy importante. Esa cordialidad y cortesía con el mundo sólo la han tenido grandes como San Francisco de Asís o Van Gogh, que abrió su alma al movimiento de los trigales y al esplendor de los girasoles. Nuestra mirada de las cosas y los seres ha ido envejeciendo y es gracias a poetas como usted que el mundo vuelve a animarse y a recuperar lo que los antiguos llamaban el “anima mundi”, que está en el sonido del viento, en el follaje de un árbol, la luz de invierno o el paso veloz y cambiantes de las nubes.

¿Y no se sintió sola en esa casa casi convento, lejos de las fiestas y los encuentros de las muchachas y muchachos de su tiempo? No creo, porque no ha habido una habitación más llena de presencias que la suya. A usted no le gustaban las visitas sociales, pero recibía otro tipo de visitas permanentemente, muchos más sutiles, energías que nos rodean y acompañan sin que nos demos cuenta y a las que expulsamos con nuestros ruidos e indiferencia.

La cito. “No puedo estar sola/ pues me visitan multitudes/ incontables visitantes/ que irrumpen en mi cuarto./ No tienen ropas ni nombres/ ni tiempo ni país […] Su llegada puede ser anunciada/ por mensajeros, en lo interior;/ su partida, no/ pues nunca se marchan”. Hay tanto que aprender en sus poemas, Emily, de los gorriones, la hierba, los silencios, la noche, el maíz. “Me acuerdo que oí el maíz”, dijo. Y sobre todo nosotros, ciudadanos de un mundo enloquecido, de una especie humana que se siente dueña del mundo, ensoberbecida por la técnica, que se comunica más a través de las redes sociales que con los encuentros cara a cara, una época narcisista, en que todos quieren ser vistos y acumular “likes”… Todos quieren ser alguien, viralizar sus “selfies”. Y usted, Emily, que nunca editó un libro con sus poemas y los guardó celosamente en una cajita, nos envía este mensaje desde el pasado, tal vez el más revolucionario hoy día: “Yo no soy nadie. ¿Quién eres tú?/ ¿También tú eres nadie?/ ¡Entonces ya somos dos! […] ¡Qué aburrido ser alguien!/ ¡Qué ordinario! Estar diciendo tu nombre,/ como una rana, en todo el mes de junio,/ a una charca que te contempla”. ¡Cuántas ranas están croando en estos días y no dejan escuchar la música de la noche, “la soledad sonora”!

Este es, al parecer, un tiempo para volver hacia adentro… una peste nos obliga. Necesitamos recuperar ese “adentro” que perdimos al estar volcados siempre hacia afuera. Somos analfabetos interiores, desnutridos espirituales, llenos de información (intoxicados de ella), pero vacíos de sabiduría y poesía. Acabo de volver a abrir un libro con sus poemas. Lo tengo aquí a mi lado mientras escribo estas líneas. Decidí que va a ser mi manual de confinamiento, para cruzar este duro invierno que viene. Los árboles en invierno juntan energía: eso debiéramos hacer nosotros. Conversar con el viento, las nubes, los pájaros, los niños, el silencio, la energía de la naturaleza, las plantas de nuestros jardines ( que sienten), acoger a las multitudes invisibles que nos visitan, sentir que estamos vivos, dimensionar ese milagro.

Y repetir con usted: “Estar vivo es tener poder/ la existencia, por sí misma,/ sin más adimentos/ es suficiente poderío”. En este mundo enfermo de voluntad de poder, ese poder es el que debemos descubrir, lo único que de verdad nos sirve para sobrevivir a pestes, guerras, crisis sociales, políticas y todas las desgracias que la Historia no le ha ahorrado al ser humano, desde los comienzos.

Y por eso, ¿cómo no darle gracias a usted, Emily Dickinson, si toda su vida y su poesía fue una Acción de Gracias?

Desde mi jardín en este otoño de 2021.

Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl