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Finlandia y Suecia le hacen un MeToo a Putin

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POR Andres Sepúlveda |

Su decisión de adherirse a la OTAN no sólo cuestiona las excusas rusas en Ucrania sino que contribuyen a ampliar el prestigio de la alianza militar.

La adhesión de Finlandia y Suecia a la Organización del Tratado del Atlántico Norte es un gran cambio geopolítico global provocado por los errores de cálculo de Vladimir Putin. Debe ser extraordinariamente irritante para el líder ruso comprobar que las mismas razones que invocó para agredir a Ucrania han empujado a estos dos países a solicitar su ingreso en esta alianza militar.

Finlandia y Suecia han decidido hacer con Putin lo que las actrices que lideraron el #MeToo (Yo también) hicieron al productor de cine Harvey Weinstein. Ambos países se cuelgan el cartel de “Yo también me adhiero a la OTAN” para exponer ante el mundo la banalidad de las razones que el autócrata ruso ha empleado como justificación de su invasión.

Como han señalado diversos analistas, aunque sus efectos sean los mismos, la neutralidad de Finlandia y la de Suecia no son iguales. La primera formaba parte de Suecia hasta 1808 cuando Rusia se la anexionó y creó el Gran Ducado de Finlandia. Fue, bajo los conceptos geopolíticos del siglo XIX, un estado tapón destinado a frenar el expansionismo sueco y el ruso. Comparte 1.300 kilómetros de frontera con Rusia y su neutralidad era fruto de una política de no alineamiento surgida tras la II Guerra Mundial, contienda en la que Finlandia libró dos guerras contra la URSS y una contra la Alemania Nazi.

La neutralidad finlandesa era tan genuina como la de una pieza clavada en el ajedrez, una situación en la que una pieza no puede moverse sin arriesgar la pérdida de otra de mayor valor. Finlandia, de hecho, no se alineó porque hacerlo le significaba una pérdida mayor que la ventaja que suponía tomar partido.

La agresión de Putin a Ucrania ha cambiado todo esto. No sólo desde el punto de vista político y moral, donde la opinión pública finlandesa ha dado un vuelco y ha pasado a apoyar masivamente la integración en la OTAN cuando en diciembre pasado apenas una quinta parte de la población lo creía necesario. Lo que realmente ha movido a los finlandeses han sido las incoherentes amenazas nucleares de Putin. Recientemente el ministro de Asuntos Exteriores finlandés admitió que su “debilidad” es lidiar con las armas de destrucción masiva. “Es muy difícil abordar este tipo de amenazas, que ahora están sobre la mesa, sólo por nosotros mismos”.

El razonamiento finlandés es muy parecido al que se plantea cuando se habla de cambio climático. Éste no se puede combatir desde una base nacional, debe hacerse globalmente. Una amenaza nuclear no se puede neutralizar desde un terreno desnuclearizado o defendido sólo convencionalmente.    
 
Suecia es otra historia. Su neutralidad es antigua y militante. Desde el Congreso de Viena de 1815, Suecia no ha intervenido en las guerras europeas pese a que su rey desde 1810 y hasta 1844 fue el ex mariscal de Napoleón, Jean Baptiste Bernadotte, creador de una exitosa dinastía que llega hasta el actual rey Carlos XVI Gustavo. Ni siquiera el filonazismo de una parte de las élites suecas logró arrastrar al país a intervenir en la II Guerra Mundial.

“Suecia ha sido mundialmente reconocida como factor de moderación, de entendimiento, de albergue de refugiados y de compromiso activo con la paz. Ha mostrado, asimismo, una devoción especial por el humanitarismo”, escribe el general español Pedro Pitarch en un análisis sobre el asunto en el diario ABC. Precisamente su apuesta partisana por la paz y el multilateralismo son algunos de los valores que adornan el modelo escandinavo.

Siendo de naturaleza distinta la neutralidad a la que renuncian con su ingreso en la OTAN, esta decisión de Finlandia y Suecia expone doblemente a Putin. Por un lado, como dijimos al principio, queda expuesta la banalidad de sus razones para invadir Ucrania, pero por otra, estos dos nuevos socios escandinavos contribuyen a aumentar el prestigio de la OTAN como alianza defensiva y no agresiva, que Putin permanentemente cuestiona sobre todo tras el bombardeo de Yugoslavia en 1999.  

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