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Nostalgia de las altas cumbres

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Agencia Uno
POR Eduardo Olivares |

En su columna política de esta semana, John Müller traza los hitos y dificultades internacionales del presidente Piñera a partir de las cumbres de la Alianza del Pacífico, Acción Climática y Prosur.

Este fin de semana, el Presidente Sebastián Piñera ha participado en tres cumbres que se han transformado en un acto nostálgico de lo que no pudo ser (las reuniones de la APEC y la COP25 que no pudieron celebrarse por los desórdenes de 2019). Estas tres citas -el viernes 11, la de la Alianza del Pacífico, y el sábado 12, la Cumbre sobre la Ambición Climática y la Cumbre de Prosur– son un pálido y deformado reflejo de lo que pudo haber sido la agenda internacional de un presidente que esperaba estar mano a mano con Donald Trump, Xi Jinping y Vladimir Putin, y liderar la presión regional para recuperar la democracia en Venezuela.

Un pálido reflejo porque, por prometedora que sea la Alianza del Pacífico, por voluntarioso que sea Prosur o por mucho interés que tenga Emmanuel Macron en recordar que París bien vale una misa contra el cambio climático, nada de esto está a la altura de una cumbre donde EE. UU. y China debían someter su guerra comercial al escrutinio de sus socios, ni a una COP25 que, como se vio en Madrid, significaba estirar más el brazo que la manga. Y deformado, porque nadie creía que una pandemia iba a colocar al mundo en el lugar donde hoy está.

Las tres reuniones ofrecen perspectivas distintas. La Alianza del Pacífico es un ejercicio pragmático que pretende construir sobre lo que hasta antes de la pandemia era un hecho irrefutable: que los países sudamericanos del Pacífico tienen economías más prósperas, dinámicas y abiertas que los ribereños del Atlántico. La Alianza es un buen ejemplo de las tesis lockeanas de los contratos: se trata de un acuerdo que no te impone nada que no hayas consentido libremente.

Distinta es la situación de Prosur, una iniciativa de Piñera, surgida en 2018 para aprovechar el contraste que ofrecía el colapso de Unasur, una organización marcada por la matriz populista que le impusieron Hugo Chávez y Néstor Kirchner. Pero Prosur está con ventilación asistida. Mientras Argentina no participe, carecerá de representatividad. Los analistas creen que, si se convierte en un foro para resolver cuestiones domésticas y técnicas, puede tener futuro. Pero para encarar problemas políticos como Venezuela, no es útil.

Venezuela es el nudo de todo. El prestigio de Prosur y el del Grupo de Lima -que 14 países crearon en 2017 para procurar una salida a la crisis venezolana-, quedó hipotecado en el fiasco de Cúcuta. Ahí se puso de manifiesto la debilidad de la política de reconocimiento de Juan Guaidó, una estrategia que ahora no tiene padre conocido. Además, las herramientas multilaterales están atrofiadas. Luis Almagro, el secretario general de la OEA, se ha inutilizado a sí mismo. Todo el mundo espera las señales que ofrezca la llegada de Joe Biden a la presidencia de EE. UU.

En el asunto venezolano gravita el llamado Grupo de Contacto, foro donde dialogan el Grupo de Lima y la Unión Europea (UE). El problema es que la política hacia Iberoamérica de la UE estaba subcontratada a España, por los lazos históricos y culturales que la unen con la región. Pero la actitud española hacia Venezuela sufre el mismo problema de falta de convicciones que la de Argentina. España no tiene una línea argumental coherente para abordar la crisis venezolana y está plagada de contradicciones. Muchas se atribuyen al gobierno de coalición de los socialistas españoles con Podemos, un partido amparado por el chavismo, pero el papel “mediador” del expresidente José Luis Rodríguez Zapatero ya era tolerado por el gobierno derechista de Mariano Rajoy. Esto ha hecho que el liderazgo español se esté resquebrajando. Alemania, por ejemplo, ha tomado la iniciativa últimamente sin preguntar.

Por último, la Cumbre sobre Ambición Climática, es la que probablemente hizo más feliz a Sebastián Piñera. En la cuestión medioambiental, el presidente chileno es una excepción en el mundo de la derecha dura. Sus convicciones sobre el asunto lo alinean con mandatarios como Angela Merkel, Boris Johnson o como líderes de derecha de países escandinavos. En este tipo de encuentros, su figura adquiere protagonismo por puro contraste con personajes como Jair Bolsonaro o Trump.

Una última cuestión sazonó los encuentros. Piñera entregó la presidencia pro tempore de la Alianza y de Prosur al colombiano Iván Duque, quien estuvo en persona en Santiago para asumir los cargos. Durante años ha sido la comidilla de los analistas quién de los dos -Piñera o Duque- sería la referencia de la derecha en Iberoamérica. Todo indica que durante 2021 lo será el colombiano.