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Del fiasco de Cúcuta a la caída de Allamand

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Agencia Uno/PAUTA
POR Eduardo Olivares |

La política exterior de Sebastián Piñera en su segundo mandato olvidó aplicarse la tan cacareada norma de los dos tercios y así le ha ido.

La renuncia de Andrés Allamand al cargo de ministro de Relaciones Exteriores cierra el ciclo de errores que han jalonado la política exterior del segundo mandato de Sebastián Piñera. A diferencia de su primer mandato (2010-2014), cuando el gobierno no se movió del consenso histórico, este periodo ha estado marcado por errores estratégicos, políticos y personales.

La primera etapa, la del canciller Roberto Ampuero, quien estuvo en el cargo hasta junio de 2019, quedó marcada por el viaje de Piñera a Cúcuta, en la frontera colombo-venezolana, donde debía producirse la “invasión democrática” de Venezuela. La operación falló y se convirtió en otra de las trampas que Nicolás Maduro tendía a la oposición. El episodio no hubiese tenido mayores consecuencias si el Presidente chileno, actuando bajo una insuficiente inteligencia exterior, no se hubiese implicado personalmente en el asunto.

Cúcuta marcó el comienzo de una política de parte, situada fuera del consenso, que sería seguida por la no ratificación del Acuerdo de Escazú, que Chile había impulsado. Aunque no aplicara, la derecha olvidó rápidamente en este caso la regla de los consensos de dos tercios que exige para las cuestiones constitucionales. Y lo ha terminado pagando.

Teodoro Ribera, que llegó al cargo cuatro meses antes del estallido social del 18-O, fue el intento más importante de Piñera de reconducir su acción exterior. En su etapa debían producirse las dobles cumbres (APEC y la COP25) que iban a situar a Chile y a su Presidente en el centro del universo político, codeándose con Donald Trump, Vladimir Putin y Xi Jingpin. Una macrooperación de imagen-país, con una inocultable deriva personalista, que quedó frustrada por una insurrección que demostró que el Gobierno no era capaz de gobernar.

El principal adversario de Ribera fue la poderosa trama de intereses internos que existe en torno a la política exterior, un ‘Deep State’ que desborda burocracias pasadas, presentes y futuras. Se cruzan allí desde dinastías familiares y políticas, sagas burocráticas, centros universitarios, think tanks y los intereses empresariales. La principal crisis que tuvo Ribera se originó por su decisión de cerrar cinco embajadas y reducir la torta a repartir.

Fue sustituido en julio de 2020 por Andrés Allamand, quien se marchó del Senado tras primero apoyar y después rechazar el acuerdo sobre el proceso constituyente. El nuevo canciller tranquilizó a la burocracia interna, pero se encontró con que el Presidente había tomado en sus manos la acción exterior más importante de la era pandémica: las conversaciones directas para asegurarse el suministro de vacunas.

Pero, en noviembre pasado, se produjo un hecho azaroso. Allamand, que presentó su candidatura a última hora y sin gran convicción, fue elegido, de forma inesperada, secretario general Iberoamericano, el órgano permanente encargado de organizar las cumbres iberoamericanas. Los ministros iberoamericanos que votaron saben que su elección fue fruto de la singularidad del mecanismo de la votación papal (“las votaciones papales las carga el diablo”, ha dicho un embajador), porque los favoritos que sí llevaban meses haciendo lobby eran la expresidenta ecuatoriana Rosalía Arteaga y el exministro peruano José Antonio García Belaúnde.

El mismo Allamand quedó sorprendido con el resultado. Teóricamente debía asumir el puesto en abril, una vez terminado el mandato de Piñera. Pero decidió aprovechar sus vacaciones de verano para conocer su futura misión en Madrid.

Sin embargo, la crisis migratoria en el norte de Chile desató una serie de críticas al Gobierno y, en particular, sobre la ausencia del canciller, del que no se sabía nada desde diciembre cuando dio positivo por covid en un viaje a EE. UU. La falta de un único subrogante –hubo tres en una semana– dio imagen de improvisación. Y una foto de Allamand con el ministro español de Exteriores, José Manuel Albares, que éste difundió como un acto oficial propio, dejó en evidencia la confusión de actuaciones públicas y privadas.

La crisis escaló cuando se manipularon documentos oficiales para denunciar que el Gobierno había invertido dinero público para “comprar” el cargo de Allamand, cuando en realidad se trataba de abonar una cuota atrasada en ese organismo.

En vez de enfrentar la situación y aguantar en el cargo, Allamand presentó su renuncia el domingo con la esperanza de trazar un cortafuegos en Chile y salvaguardar su futuro puesto. Dijo que su dimisión “marca el cierre definitivo de mi larga vida en la política nacional. Como toda persona pública, mis errores y aciertos están expuestos al juicio ciudadano, pero siempre mis actuaciones estuvieron motivadas por el deseo de alcanzar lo mejor de nuestro país”.

Es un extraño final para una de las vocaciones más poderosas de la política chilena. Ya hemos visto a Allamand en despedidas parecidas en el pasado y por eso todo esto suena a déjà vu. El propio Sebastián Piñera dijo en una ocasión que no había que minusvalorar la ambición de una persona que con 15 años fue capaz de abandonar el elitista Saint George’s y matricularse en el Liceo Lastarria para hacer realidad su sueño de conquistar la presidencia de la Federación de Estudiantes Secundarios (Feses). Lo consiguió en 1972, hace exactamente 50 años.

John Müller conduce Primera Pauta, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 07:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl.