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Más tiempo destruyendo que construyendo

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Agencia Uno / PAUTA
POR Andres Sepúlveda |

La Convención carece del respaldo que hubiese significado construir un firme consenso previo sobre cuestiones como la plurinacionalidad, el sistema de justicia o el político.

La discusión constitucional en Chile ha llegado a un punto en que cualquiera puede ver lo obvio: se ha dedicado más tiempo a destruir un orden constitucional que a levantar uno nuevo. Y esto no es sólo responsabilidad de un mal diseño del proceso, fruto de la premura con que se gestó el itinerario de sustitución constitucional, sino de la conducta política de los últimos 32 años, incluidos los trabajos de apuntalamiento y refuerzo de los cimientos que supuso la gran reforma de Ricardo Lagos de 2005, y las numerosas y desesperadas reformas constitucionales de 2020 y 2021 que terminaron por descoyuntar el sistema.  

Las propuestas que está aprobando la Convención Constitucional han dado pie a que una parte de la opinión pública califique de “mamarracho” el texto. Ese puede ser un sector pequeño, ruidoso y radicalizado. Pero lo que realmente hace daño al proyecto constitucional es que está dejando numerosos muertos y heridos en el camino: el Senado y todos sus grupos de interés van camino del cementerio. Pero también se sienten agraviados los jueces y el mundo que les rodea, las fuerzas armadas, los carabineros, los agricultores, los mineros, los que tienen derechos de aguas, los que tienen una casa en la playa que no saben qué derechos va a ejercer la playa… De momento, sólo están contentos los bomberos, aunque seguro que el texto les disgustará por otro lado.

Claro, esto es muy frustrante para los promotores del proceso. Fernando Paulsen se lo decía a Matías Walker en una entrevista en CNN Chile: “Por definición una Convención Constituyente lo que hace es cambiar lo que ya existía, porque si lo que existía no se va a cambiar, no había necesidad de hacer una convención”. El convencional Fernando Atria respaldó el punto en su cuenta en Twitter: “A veces hay que decir lo que es obvio. ¿Qué sentido tiene haber pensado una CC si cualquier cambio significativo es denunciado y descalificado?”. 

Tanto Paulsen como Atria olvidan que el proceso de sustitución constitucional prevé un plebiscito de salida, convocado para el 4 de septiembre próximo, con voto obligatorio. Efectivamente, la Convención tiene el derecho de proponer el texto que desee, pero la última palabra sobre su validez la tienen los chilenos que pueden rechazarla.

Y el rechazo a la Convención y a su texto muestra una tendencia ascendente, pese a las numerosas advertencias que les han sido formuladas a sus responsables.

La última ha sido de Íñigo Errejón, el fundador de Podemos que fue purgado por Pablo Iglesias y que ahora ocupa uno de los dos escaños que Más País tiene en el Congreso de España. En un encuentro con militantes de Convergencia Social, el español les dijo según recoge ‘La Tercera’: “La nueva Constitución que se apruebe en Chile será exitosa -y sé que decirlo parece de derecha, pero es al revés, es revolucionario- y será más revolucionaria cuanto más la asuman los adversarios. No puede ser una Constitución ‘de parte’, no puede ser la Constitución de las izquierdas, porque entonces durará tanto como dure el gobierno de izquierda”.

Los planteamientos de Errejón no son fáciles de digerir en la Convención Constitucional, donde se ha formado una mayoría radicalizada que intercambiándose favores consigue sumar los dos tercios necesarios para aprobar en el pleno sus propuestas. Aunque esta mayoría se ha visto erosionada en las últimas semanas porque hay convencionales que han empezado a visualizar el rechazo a su trabajo, ella sigue existiendo. Pero carece del respaldo que hubiese significado construir un firme consenso previo sobre determinadas cuestiones como la plurinacionalidad, el sistema de justicia o el sistema político.    

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