Como Salvador Allende, Marco Enriquez Ominami (ME-O) cree que a la cuarta va la vencida. La presentación de su candidatura cayó con estrépito el domingo en medio de una Unidad Constituyente que se esforzaba por celebrar la magra victoria de Yasna Provoste, penalizada por el sinnúmero de errores que han cometido los partidos que alguna vez formaron parte de la ex-Concertación y de la ex Nueva Mayoría.
Provoste acusó rápido el golpe: "El camino propio genera un subsidio inmerecido a la derecha". Desde hace muchos años, el sector político que se ha agrupado en torno a Unidad Constituyente cree que ME-O no ha hecho más que favorecer a la derecha al dividir al centroizquierda en las victorias de Sebastián Piñera en las presidenciales de 2009 y 2017, y al impedir una amplia mayoría de Michelle Bachelet en la primera vuelta de las presidenciales de 2013 frente a Evelyn Matthei.
Pero para ME-O esto es algo más que su cuarta candidatura presidencial: es una batalla por limpiar su nombre, más ambiciosa si cabe. El exdiputado ha conseguido que el Tribunal Constitucional lo rehabilitara políticamente pese a que sigue encausado en un procedimiento judicial que lleva abierto desde 2013 y cuyo juicio oral se inició el pasado 14 de junio. El juicio es por la presunta rendición irregular de las cuentas electorales de 2013. Pero ME-O todavía no ha sido condenado, así que no cabe la posibilidad de que se suspenda su derecho a sufragio (activo y pasivo), como indicó el Tribunal Constitucional.
Todo jurista sabe que una Justicia que se dilata mucho en el tiempo no es justa. Y ME-O ha conseguido volver esta tardanza, que le ha torturado durante los últimos años, a su favor.
La torpe oposición inicial del Servel, que después se desdijo de los supuestos obstáculos burocráticos que existían para inscribir su candidatura, ha recargado aún más las ganas de pelear de ME-O y los suyos, le ha convertido en víctima y le ha proporcionado una causa con ribetes cívicos detrás de la cual aglutinar sus fuerzas.
Resulta paradójico que el político populista más refrescante de la primera década del siglo y que fue el primero en correr con el viento de cola del cansancio que generaban los partidos y políticos tradicionales, tenga que luchar ahora contra la destrucción de la presunción de inocencia que tanto le ayudó a conseguir su propia popularidad.
ME-O sabe que hoy tiene poquísimas opciones presidenciales. Su nombre ni siquiera está en las principales encuestas. Las presiones de otros candidatos del PRO que se pueden ver afectados por su decisión son poderosas. El amor del electorado se ha ido desgastando a la misma velocidad que le llegaron las canas. En su tercer intento, en 2017, apenas sumó el 5,7% de los votos en la primera vuelta. Pero si algo le sobra es audacia y descaro. Las emociones están garantizadas.
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