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La historia de la alcaldesa símbolo contra la narcocultura

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POR Ana María |

Claudia Pizarro se crió en La Pintana. Pese a que ha sido amenazada, dice que “todo el mundo dice que me puede pasar algo, pero yo no dimensiono la inseguridad hacia mí”.

El sábado 18 de mayo, a las 18:56, un desesperado mensaje en la cuenta de Twitter de la alcaldesa Claudia Pizarro puso a su comuna en el foco, pero de las malas noticias: “Balacera infernal en La Pintana: disparan desde automóvil en marcha, y matan a adulto y niño. Otras tres personas heridas. Necesitamos urgente acelerar Plan Integral para El Castillo”.

Pizarro había estado apenas un día antes en el mismo lugar donde ocurrieron las muertes, participando en las Olimpiadas de la Niñez. Estaba acompañada por el funcionario de Protección de Personas Importantes (PPI) que la custodia desde octubre de 2017, cuando se difundió un mensaje de WhatsApp de un supuesto trabajador de la Municipalidad de San Ramón en el que se llamaba a agredirla.

Episodios como ese se han repetido. De hecho, el trabajo del PPI se prolongó porque el 25 de diciembre del año pasado le llegó una amenaza de muerte que hoy investiga la Fiscalía. “[La amenaza] llegó a través de las radios municipales, por los walkie talkie. Decía que si yo me subía al escenario, me iban a matar a mí y al carabinero [el PPI]. Ese día había fuegos pirotécnicos con show”.

-¿Y se subió al escenario?

-Sí.

La última fue el miércoles 20 de mayo: escribieron una serie de insultos en su Facebook personal. Irrepetibles, amenazantes.

La extirpación de la narcocultura

La relevancia de esas amenazas se profundiza hoy, pues coinciden con los llamados que ha hecho estas últimas dos semanas abogando por mayor seguridad ante la presencia de narcos. Y habló, derechamente, de un abandono histórico del Estado. Pero también ha puesto énfasis en la segregación que viven las poblaciones: dice que La Pintana se construyó para segregar a los pobres.

La lucha contra el narcotráfico fue uno de los temas destacados por el Presidente Sebastián Piñera en su Cuenta Pública del sábado 1 de junio, cuando anunció mayor presencia policial en 33 barrios. “Debemos extirpar la narcocultura de los barrios críticos y de nuestra sociedad. Porque la cultura de los chilenos es la cultura de la vida y la paz; el esfuerzo, la superación y la honestidad, y no la cultura de la muerte, las balas, la violencia, los vicios o el temor, que tanto daño hacen contaminando el alma de nuestros jóvenes”, dijo desde el Congreso.

Pese a las amenazas, la alcadesa dice que “todavía no siento miedo. Todo el mundo dice que me puede pasar algo, pero yo no dimensiono la inseguridad hacia mí. Voy a casi todas las cosas, pero he tenido que dejar de ir a los bingos o actividades muy masivas. Sí me preocupa mi familia. Siento temor que les pase algo por mi culpa”.

Pero no sentir miedo, un miedo absoluto, no significa que se acostumbró a vivir así. Pasa con ella, y lo admite, que “siempre creo que alguien vive algo más grave y sufre más que yo”.

Parte de sus vivencias explican ese temperamento: creció en un barrio pobre, pero no se sentía pobre. A los dos años un bracero se dio vuelta y le quemó la mitad de su pierna derecha; a los seis años la casa de su familia se incendió por completo. Perdió a su primer hijo cuando este tenía apenas tres meses por una serie de desaciertos y negligencias de los médicos de una pequeña clínica en la que se atendió. Esa fue la única vez que pensó que no podría levantarse más. Se fue al sur de vacaciones a llorar por dos semanas, día y noche.

A los seis meses estaba embarazada de nuevo y trabajando otra vez.

El asfalto duele

Claudia Pizarro nació en la población La Victoria y con su familia vivieron de allegados en la casa de los abuelos. A los cinco años llegó a La Pintana, donde vivió más de 30 años. Solo se cambió al centro de Santiago cuando estaba recién separada y viviendo con sus dos hijos -hoy de 24 y 21 años- cuando aún eran niños. En su recuerdo, la escena que viene es la única vez que dice haber sentido verdaderamente miedo, el mismo que hoy experimentan decenas de vecinos de su comuna: habitaban una casa esquina y una noche de balaceras -las mismas que hoy ella trata de erradicar- despertaron con terror a su barrio.

Se acuerda de que estuvo despierta toda noche, conectada al teléfono con carabineros. No veía a nadie por la ventana, a quién o quiénes eran los que disparaban. Pero necesitaba sentirse acompañada, hablando con alguien.

Al día siguiente, dos cadáveres estaban tapados sobre la calle John Kennedy, en el asfalto que caracteriza a La Pintana. Porque en su comuna, desde que se fundó en 1984 cuando se dividió La Granja, no hay cemento ni aceras. Lo recalca: “Prácticamente no hay veredas”. Es ese asfalto que en verano se calienta y en invierno se requebraja con la lluvia. “En La Pintana no hay ni una sola obra grande desde hace 35 años”, dice molesta.

Hija de una dueña de casa y un trabajador gráfico que aún viven en La Pintana, Pizarro debía seguir el mismo camino que le indicaban sus papás: democratacristiana como su mamá, y con la misma profesión que su papá. 

Solo siguió la senda política y social de su mamá, quien trabajaba en Caritas Chile y fundó en la parroquia del barrio los comedores de Ayuda Fraterna junto con otras vecinas y dueñas de casa.

La alcaldesa Claudia Pizarro rodeada de vecinos en La Pintana.

En ese tiempo, Claudia Pizarro era niña y vivía en la población Pablo de Rokha, en una solución habitacional de 35 metros cuadrados, construida en ladrillo princesa, y que compartían los seis integrantes de la familia. Años antes, cuando llegaron al terreno, la casa era una mediagua sin luz, agua potable ni alcantarillado.

No recuerda, dice, carencias graves. Pero acompañando a su mamá a los comedores de la Ayuda Fraterna, compartió con los niños que llegaban a almorzar y buscar el pan que hacían las mujeres del grupo. “Eran niños desnutridos, de la misma edad de nosotros. Eran flacos, con la cabeza grande. Por eso es que nunca me sentí pobre”, cuenta.

“Les quitábamos las molotov de las manos”

No quiso dedicarse al oficio de su papá, pese a que era una de las pocas opciones que le daba el Liceo A 130 en el que estudió en San Bernardo.

“Opté por secretariado, aunque mi papá quería artes gráficas para que trabajara en una imprenta como él. En quinto medio tambien saqué técnico en administración”, relata la alcaldesa.

Siendo la mayor de cuatro hermanos -un hombre y tres mujeres-, apenas salió del liceo debió trabajar para ayudar a la familia. Sabía en ese entonces que de haber universidad para uno de ellos, no sería para una mujer, sino para su hermano. Habla de machismo, pero no culpa a su padre. 

Militó desde los 15 años en la JDC, impulsada por su madre, fanática de Eduardo Frei Montalva y quien la llevó a todas las marchas que pudo. Su padre, en cambio, temía que les pasara algo. 

Pizarro era muy cercana a los curas de la parroquia Nuestra Señora de la Resurrección de La Pintana. “Era una iglesia social” dice. Y recuerda en especial al sacerdote belga Antonio Ghyselem. Y con orgullo cuenta que la bautizó el padre Pierre Dubois.

Cuando egresó del liceo, su madre le buscó una prática profesional y entró a Cema Chile, que entonces dirgía Lucía Hiriart de Pinochet junto a las esposas de los generales del Ejército. Lo hizo bien y la contrataron. Trabajó durante tres años. Algo incómoda, pero era lo que tenía a mano y necesitaba trabajar.

Siempre ocultó su militancia en Cema Chile. Y no faltaba a las protestas que comenzaron en 1983. “Pero no me gustaba la violencia. Recuerdo que nos enfrentábamos a los más violentos y les quitábamos las molotov de las manos. Sentía que cuando nosotros como partido íbamos, controlábamos las protestas. No había desmanes ni robos”, recuerda. “Me criticaban por eso. Era la DC del grupo”, dice sonriendo.

Sin embargo, de pronto comenzaron a llegar mensajes a Cema Chile que, finalmente, terminaron con su despido. Era 1987, un año antes del Plebiscito. “Siempre llegaban anónimos que me veían en las protestas y de que mi papá hacía panfletos. Pero no era cierto. Mi papá tenía mucho miedo. Nunca le gustó que nosotros expusiéramos nuestras vidas. Salíamos con el permiso de mi mamá”.

El Estado y los narcos

Más de 30 años después, Claudia Pizarro se convirtió en alcaldesa de La Pintana. Conoce sus calles y a muchos vecinos dice que los considera parte de su familia porque vivieron lo mismo. Como ella, también han sido testigos de los cambios que han experimentado algunos sectores de la comuna.

“Antes había más cultura de barrio, identidad. Hoy gran parte de La Pintana sigue siendo así, pero hay una gran estigmatización, por lo tanto la gente no se siente tan orgullosa. Y los problemas son solo en seis cuadras de la población El Castillo, que es donde existe mayor segregación”, relata.

Sabe que cada vez que hay un crimen su comuna vuelve a ser noticia. Ocurrió en junio de 2018, cuando un carabinero fue baleado. Volvió a pasar el 19 de mayo y también el 21, cuando La Pintana volvió a los titulares por un funeral narco con disparos y fuegos artificiales. Entonces, a Claudia Pizarro la volvieron a invitar a los programas.

Cansada de la misma agenda y de que no cambien las cosas, dice: “Llevamos 35 años igual. Por eso digo que acá hay una violencia de Estado, no de un gobierno en particular, sino la ausencia de la inversión pública en estos lugares. Porque solo se han preocupado de construir viviendas, pero viviendas sin equipamiento”.

Y sigue: “Y sin calles dignas, sin veredas. La población Laura Rosa Méndez, por ejemplo, en sus pasajes no tiene y la gente y los autos transitan por el mismo camino. Y las casas de El Castillo, o más de bien de la comuna en general, no tienen entrada de vehículo porque pensaron que el pobre nunca se iba a comprar uno. Por lo tanto, no le dejaron espacio para que estacione dentro de su casa”.

Quiere hablar de las casas: “Las más grandes son de 36 metros cuadrados. Aunque los útltimos gobiernos han construido viviendas sociales de 54 metros cuadrados. Ese ha sido el cambio en metros en 35 años, pero siguen siendo sin equipamiento. Tampoco hay áeras verdes. Y cada 20 metros hay una luminaria, cuando la norma dice que es cada seis. Por lo tanto, es una comuna oscura. Tampoco hay patios y las piscinas en las calles y en las plazas. Y los narcos también compran piscinas”.

-¿Se cansa alguna vez?

-Me cansa siempre hablar de lo mismo y no de la solución. Siento que yo estigmatizo también con esto, pero esa no es la realidad. Quienes estigmatizan son quienes hacen daño en la comuna, los que protagonizan estos hechos de alta connotación pública, como los homicidios. Y lo hago porque hay que abordar los problemas y entre todos encontrar una solución. El municipio no puede por sí solo. Es por eso que pido un S.O.S. al Gobierno.

-¿Qué opina del anuncio del Presidente Piñera de aumentar la dotación policial en 33 barrios críticos para combatir la narcocultura?

-La solución de estos temas no solo son punitivas. Vivimos una violencia puntual en estos barrios porque ha habido una segregación permanente y ha sido solo dar una solución habitacional de mala calidad. Hoy se construye distinto, pero el hacinamiento interior y exterior es insostenble. Si hoy el Presidente se refiere a la narcocultura, hacemos un llamado a màs inversión de Estado; inversión que nunca ha existido.