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Cristián Warnken: ¿Por la razón o la emoción?

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Agencia Uno
POR Cristián Rodríguez |

“Hay que entender esa emoción desbordada del Chile profundo, que está detrás del estallido y del voto de esta elección”, reflexiona el conductor y columnista de PAUTA.

El país que hace pocos años votó mayoritariamente por un candidato de derecha, hoy castiga fuertemente a la centroderecha, vota izquierda, y una izquierda mucho más radical que la que fue la Concertación e incluso la Nueva Mayoría.

Chile está viviendo un estado de ánimo que hay que tratar de entender: los estados de ánimo son fundamentales en las personas y los países. Es muy importante tratar de estudiar en profundidad qué es lo pasó con el país, cómo se da ese vuelco tan estrepitoso que da vuelta el tablero y que casi lo rompe.

¿Es el mismo “pueblo” que votó dos veces por la derecha (por Piñera) la que castiga a esa derecha con un voto hacia la izquierda más izquierda? ¿Quién es ese sujeto “pueblo”, veleidoso, cambiante, sorpresivo? Como diría Condorito, nuestro gran filósofo nacional: “!Plop!, exijo una explicación!”.

¿Chile maníaco-depresivo, que pasa de la euforia consumista e individualista (el Chile neoliberal) a una nostalgia de un estatismo? Si el concepto de “sociedad líquida” acuñado por el pensador Zygmunt Bauman ha servido para caracterizar algunos aspectos de la realidad contemporánea a nivel global, me parece que es el único adjetivo que se me ocurre para caracterizar este momento político. Chile se volvió “líquido”, más líquido que nunca.

¿Volverá a cambiar en una próxima elección o esto inicia un nuevo ciclo político de larga duración? ¿Puede darse una nueva vuelta de carnero ese electorado chileno en tan pocos años? El tema es que se lo dio en un tema (redactar una nueva Constitución) en que uno hubiera esperado más equilibrio porque decide la historia de las próximas décadas. El tan mentado sentido común o la pasión por el orden chilenas parecen haberse esfumado por los aires. Tal vez ya no existe… tal vez nunca existió con tanta raigambre como algunos creían. Es la hora de hacerse todas las preguntas.

Por otro lado, me parece que la izquierda chilena (la que va del Frente Amplio a la gama de listas independientes “progresistas”) vuelve a una radicalización ideológica análoga de los 70, con una retórica, propuestas e imaginarios parecidos y, en cierto sentido, nostálgicos.

Propuestas maximalistas, un discurso moralizante (que divide la escena en “buenos” y “malos”) y una primacía de las emociones (lo irracional) por sobre la razón. Una izquierda que había de alguna manera sido reemplazada por una izquierda más dialogante, moderada y realista, renace y vuelve empoderada a ajustar cuentas con la historia. Yo y muchos de mi generación nos volvimos “reformistas” y sin complejos, esa izquierda maximalista se había derrumbado dentro nuestro.

Pero esa izquierda no había muerto: estaba escondida o durmiendo un largo sueño al fondo del inconsciente colectivo chileno. Y ahora “estalló” en octubre y hoy comienza a ser una de las manos fundamentales que va  a reescribir la historia con una nueva Constitución.

Cierro los ojos y me veo muy de niño en una manifestación de la UP en el centro de Santiago. Las banderas flameantes, los gritos eufóricos, las consignas radicales. Era el carnaval -yo como niño vibraba con eso- pero el carnaval  terminó en tragedia (el golpe militar). Después cambió el mundo, cayó el muro de Berlín, terminó la Guerra Fría. Y cambió Chile también en esos denostados 30 años. Hoy, en medio de una pandemia global sin precedentes, y en el contexto de un escenario político global inestable y de equilibrios precarios, esa izquierda maximalista de mi infancia -que parecía muerta- renace, reconquista y hechiza el imaginario de los electores, y se hace cargo de las rabias de una sociedad, la chilena, acumuladas subterráneamente y le propone un camino que no está exento de peligros.

No me preocupa la alternancia en democracia, ni que una izquierda tipo Frente Amplio pueda llegar a gobernar: tal vez puede ser sano, si lo hace dentro de las reglas de la democracia. Pero sí me preocupa que esta izquierda se vuelva religiosa, y no coloque a la duda como la necesaria acompañante de toda convicción. Prefiero una izquierda con más dudas que convicciones. Y una derecha también así. ¿Tiene conciencia el electorado chileno de lo que votó? ¿O volverá a darnos una sorpresa en una próxima elección? ¿Todo lo sólido se desvanece en el aire? Me parece que este es un momento más subjetivo que racional y no tenemos una clase política de tonelaje que encauce esa irracionalidad y subjetividad. No hay política, con mayúscula, para darle deriva racional a las legítimas aspiraciones, demandas, sombras y luces de la subjetividad colectiva.

Más que entre la razón o la fuerza, Chile se debate entre la razón y la emoción (e indignación). Ojalá que esa emoción no destruya la razón, porque cuando la razón retrocede, puede volver la fuerza. Pero antes que nada hay que entender esa emoción desbordada del Chile profundo, que está detrás del estallido y del voto de esta elección: esa es la tarea para la casa.