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El paradigma Milosevic

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@FedorovMykhailo
POR Andres Sepúlveda |

En un mundo donde la tecnología ha hecho realidad que nada humano nos resulte ajeno, hay más probabilidades que nunca de que lo de Bucha sea castigado.

La matanza de Bucha, registrada durante la invasión rusa a Ucrania y descubierta este fin de semana tras la retirada de las tropas de Putin de esta ciudad dormitorio de Kiev, ha despertado la repulsa mundial. La globalización no sólo ha traído el apetito mundial por consumir determinados productos al precio más bajo posible, también ha traído la conciencia de que los sufrimientos de los habitantes de Bucha no son distintos de los atropellos que hemos sufrido en otras latitudes.

“Hombre soy, nada humano me es ajeno”. Hoy, más de 2.100 años después de que Publio Terencio Africano, guionista de comedias que nació esclavo y que logró su libertad por caerle en gracia a su patrón, consignara este proverbio latino en una de sus obras, esta afirmación es más cierta que nunca. También lo era hace 100 años, pero entonces no existían los medios de comunicación que permiten mantenernos en contacto individualmente y empatizar con personas situadas en lugares que nunca pisaremos. La tecnología ha hecho posible que la verdad de este refrán no sólo se haga evidente, sino que podamos vivirla a diario.

Es así como Publio Terencio Africano se hermanó con Marshall MacLuhan, el filósofo que acuñó la noción de la Aldea Global, basada en la idea de que los medios de comunicación del siglo XX habían “acercado” tanto a los seres humanos que el mundo se había hecho más pequeño.

Muchas personas reaccionan ante la visión de los cadáveres tirados frente a las casas asumiendo la tragedia, pero afirmando que los responsables nunca serán castigados. Si algo nos han enseñado los últimos 30 años de la historia es que eso ya no es así, que la impunidad es cada vez más difícil y que no es posible hablar únicamente hacia dentro de un país o de un territorio, sin que el resto del mundo se entere de lo que estás diciendo o haciendo… y lo juzgue.

En julio de 1985, el abogado Sergio Arellano Iturriaga publicó el libro ‘Más allá del abismo. Un testimonio y una perspectiva’. Un párrafo de la página 62, donde se quejaba de que Radio Moscú había acusado a su padre, el general Sergio Arellano Stark, de los fusilamientos sin juicio de Calama, llamó la atención de varias personas que conocían fragmentos de lo ocurrido. En esa época, Patricia Verdugo comenzó a investigar su libro ‘Los zarpazos del Puma’ donde contó los detalles de la ‘Caravana de la Muerte’. Muchos -yo me cuento entre ellos- creíamos que había que documentar los hechos, pero éramos muy escépticos ante la posibilidad de que llegaran a ser de conocimiento general y mucho menos juzgados por los tribunales. La historia nos quitó la razón y creo que para bien.

Y cuando los tribunales nacionales no han podido hacer Justicia, la Corte Penal Internacional, establecida en 1998, ha actuado. Lo ha hecho en relación con los crímenes de Ruanda (1994) y, sobre todo, con los crímenes de lesa humanidad cometidos en la Guerra de los Balcanes (1991-1995). Slobodan Milosevic y Radovan Karadzic, en su momento todopoderosos señores que mandaban sobre la vida de miles de personas, terminaron pagando por sus crímenes.

Los escépticos afirman que Milosevic no tenía armas nucleares ni se sentaba en la Consejo de Seguridad de la ONU con poder de veto. Pero la historia de Milosevic también deja otra lección, la de que se puede negociar la paz con el autócrata de turno y después ponerlo entre rejas ya jubilado. En 1995, Milosevic estaba en Dayton firmando un acuerdo de paz y en 2001 estaba en La Haya, esposado, después de que su propio pueblo lo derrocara en una campaña de desobediencia civil tras intentar perpetuarse en el poder. Es exactamente el guion que podría protagonizar Putin.

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