Actualidad

Carta a un amigo constituyente

Imagen principal
Agencia Uno/PAUTA
POR Cristián Rodríguez |

“Este debiera ser un momento de menos “selfies”, twitters, canales de Instagram y más de estudio y, sobre todo, diálogo”, escribe Cristián Warnken. “Debemos superar la conversación de matinal y ponernos a dialogar de verdad”.

Estimado amigo constituyente:

Hace días que no recibo noticias tuyas. Al principio me preocupé pues, conociéndote, pensé que estarías un poco deprimido por lo que estaba sucediendo al interior de la Convención, por las noticias que recibíamos afuera de ella. Las declaraciones atolondradas e intempestivas, los gestos desaforados e innecesarios, la falta de sobriedad en las formas, todo hacía pensar que la Convención se iba a transformar en una especie de réplica, pero más intensa (por la cantidad de identidades presentes y anhelosas de expresarse), de nuestro Parlamento. Pero con el correr de los días, llega  “menos sonido y furia” desde la Convención y, al parecer, ya pasamos el primer momento catártico e histéricamente mediático, y la constitución de las comisiones encargadas de formular el reglamento parece estar encauzando las energías que parecían desatadas en un Big-Bang o Big-Crush emocional un tanto sobregirado. Esas son muy buenas noticias para el país.

Sucede como en el colegio: el profesor abre una clase participativa y los alumnos se desordenan y cualquiera -sin temple pedagógico- podría espantarse con ese caos inicial. Pero luego se arman los grupos, y sin saber cómo, al final, los trabajos requeridos son entregados y vemos el milagro de que el zorrón con me tocó trabajar termina siendo más amable de lo que pensaba; o, al revés, “la matea” insoportable del curso resulta que tenía mejor humor del que se pensaba.

Los chilenos somos así: tenemos algo infantil o adolescente. Al comienzo somos desordenados, pero al final avanzamos. Y es necesario que haya un profesor o profesora con paciencia y verdadero sentido de la autoridad para darle cauce a la “jalea” chilena. Eso fue la señora Carmen Valladares en el inicio de la Convención: nuestra profesora normalista, nuestra Gabriela Mistral republicana.

Dicho esto, permíteme comentarte algunas cosas y discúlpame si me faltan elementos (que tú tienes por estar ahí adentro) para poder dar una evaluación de verdad equilibrada y no sesgada de lo que está ocurriendo en los jardines del Congreso y los pasillos del Palacio Pereira. Primero: al revés de lo que podrías pensar, no me escandalizaron tanto las fiestas de disfraces de algunos de los  convencionales. Prefiero verlas como un anhelo inconsciente de lo carnavalesco, tan escaso en estos lares, en este país un poco gris y triste a veces que no ha tenido el sentido de la fiesta, salvo en la fiesta de la Tirana. Sí, en cambio, me preocupa la farándula, degradación de la fiesta, que tanto daño le ha hecho a la política en Chile. Mientras sea carnaval, dosificado claro, y no farándula, no hay problemas.

Tampoco puede ser bueno repetir (reconozco que yo también lo hice) que la Convención se ha convertido en un circo. Primero porque el circo es una de nuestras manifestaciones culturales más excelsas y auténticas. El circo chileno -institución muy atávica nuestra- no es “despelote”, al contrario: es una escuela de vida muy rigurosa. Todos en el circo se toman sus tareas muy en serio y se trabaja mucho en él, desde el trapecista hasta el payaso, que puede trabajar en la boletería si es necesario o ayudando a levantar la carpa. Sí era preocupante que la Convención se transformara en un circo romano: lugar de funas y linchamientos públicos.

La “funa” es la expresión más baja de la performance política y está relacionada directamente con la tentación de considerar la violencia como arma política (hemos visto a algunos eximios convencionales coquetear peligrosamente con ellas). Pero, al parecer, este tipo de prácticas tribales y primitivas no han encontrado base de apoyo ni siquiera en los que uno pudiera pensar son los más radicalizados dentro de la Convención. De ser así, eso ya sería otra gran noticia. Y la idea peregrina del Partido Comunista de “rodear la convención” parece ya un delirio lejano: no tendremos asalto al Capitolio en versión “chilensis”.

Sobre la explosión identitaria: ello es un síntoma de nuestra modernidad e, incluso, del tan atacado modelo neoliberal que acelera el proceso de autonomía de los sujetos, los empodera y, por la crisis de sentido, que es la herida abierta de esa modernidad, hace que estos busquen refugio en sectas, minorías, tribus, etc. El punto es que no se pulverice un “nosotros” mayor, esa comunidad (y no sólo Estado-Nación) que es Chile. Sería interesante, junto con darle espacio a las “diferencias”, ver también qué es lo que nos une, y ahí probablemente nos llevaríamos una sorpresa: la identidad chilena no es tan artificial ni forzada, es cosa de pasearse por una fonda o ver un partido donde juega Chile, y ver a todos entonando el himno con la mano en el corazón, para darse cuenta que hay un patriotismo popular muy acendrado que difícilmente puede ser deconstruido desde las élites o la academia. No hay que olvidar que esta es una Constitución para Chile, salvo que la Convención decida deconstruir nuestra identidad (un delirio derridadiano bueno para presentar en un simposio de filosofía francesa, pero con poca conexión con nuestras raíces).

El uso del mapuche en la Convención no me molesta, al contrario, creo que dosificado, con respeto por las otras diversidades presentes, nos regala un idioma muy rico y poético y de alguna manera repara el desprecio sufrido por ese pueblo por mucho tiempo. Y eso sería una suerte de catarsis simbólica, un gesto de reparación sanador. ¡Qué cuesta tener esos gestos reparadores y qué costos paga el país por no haber hecho esos gestos generosos y justos a tiempo! Es más, yo leería al comenzar cada sesión de la Convención, un poema de un poeta mapuche y otro de un poeta chileno. La poesía es nuestro patrimonio más vivo, donde podemos encontrarnos todos en un diálogo profundo, en el emocionar más que en la razón (que, a veces, nos divide). No hay que olvidar que -como dijo Friedrich Hölderlin– “los poetas fundan lo permanente”.

Otra cosa es que se obligue a todos los convencionales dirigirse a las autoridades espirituales del pueblo mapuche con sus títulos, una y otra vez. Eso debiera ser libre, porque abre un flanco complicado: el de convertir un espacio laico en un espacio religioso. Lo sagrado, por supuesto, es muy importante en nuestras sociedades, pero debemos evitar promiscuidades y confusiones de esfera. A la Iglesia le dimos demasiado espacio en nuestra sociedad, hasta el punto que para cualquier conflicto, o huelga o diferencia, se integraba a un obispo o cura a una comisión. “Al César lo que es del César, y a Dios lo que es de Dios”. Por eso Diego Portales repetía: “No creo en Dios, creo en los curas”. Laicidad no significa -y hay que decirlo- irrespeto o desconocimiento de las distintas formas de espiritualidad presentes en Chile, muy importantes en esta modernidad anhelante de sentido.

Otro aspecto interesante que, me parece, comienza a dibujarse en la Convención: pareciera que los grandes derrotados de lo que viene van a ser los dos partidos leninistas de la Convención: el PC y la UDI. Caramba qué poder han tenido estas dos colectividades en las últimas décadas y cómo su apego a las verdades cerradas le ha hecho tanto daño a nuestra democracia. El reduccionismo economicista de una (la UDI), su dogmatismo “Chicago Boys”, y el reduccionismo marxista ortodoxo de la otra (y su cubanización evidente) han llevado al país a polarizaciones innecesarias, y en muchos casos artificiales. El país real está cansado de las revoluciones (la silenciosa o la jacobina) y llevamos décadas siendo un laboratorio experimental de ellas. Este es un país mucho más heterogéneo y diverso, más dinámico que antes (más emprendedor, hay que decirlo y, por lo tanto, menos estatista) y, al mismo tiempo, nostálgico de la comunidad; nadie ha hecho una hermenéutica adecuada y fina del estallido, y tal vez en la Convención se abra la posibilidad de vislumbrar una Constitución más cerca de la demanda profunda de los chilenos que de las verdades teóricas, casi teológicas, de esos dos partidos que, por el bien de Chile, debieran transformarse, renovarse o desaparecer.

Es de esperar que superada la asfixia y control que tienden a imponer los leninistas de izquierda o derecha, en la Convención comience a respirar el Chile del futuro, menos parecido a una utopía que a una república equilibrada, sin desmesuras de ningún tipo, jamás “perfecta”, porque “lo perfecto es enemigo de lo bueno”. ¿Cuánto nos vamos a demorar a llegar a ese punto de equilibrio? El mundo que se viene (con cambio climático, pandemias, desorden geopolítico global, etc) es tan complejo que los países no pueden perder tiempo en rencillas decimonónicas de una época que ya terminó. Necesitamos cambiar nuestras cajas de herramientas y trabajar en las nuevas preguntas y liberarnos de la lealtad a respuestas -a estas alturas- muertas.

Todo está indicando que el trabajo de las comisiones -primer test serio para evaluar esta Convención- “va como avión”, como me dijiste. Es decir, no nos vamos a demorar tanto como Bolivia en definir el Reglamento, no vamos a naufragar en el intento. Parece que la atávica y tan chilena “pasión por el orden” (que le debemos a Portales y Andrés Bello) sigue operando en alguna parte de nuestro ser. En las comisiones se está trabajando sobre temas rugosos y reales, y siempre la realidad ordena las cosas. Finalmente, somos un país más legalista y reglamentalista (para bien y mal) de lo que creemos y queremos.

Y, al parecer, los convencionales en esas instancias han demostrado una amabilidad y civilidad que muchos creíamos perdida. “La Tía Pikachú” -me confidenció otro amigo constituyente- es muy agradable en la “conversa”; el líder de la Lista del Pueblo más performático y radical es “un pan de Dios”, me confesaste tú. Y el exsenador y exalmirante Jorge Arancibiacuya nominación a la comisión de Derechos Humanos ha generado tanta molestia de muchos– es, confiesan en secreto muchos convencionales de izquierda, un señor muy tratable y agradable. Hace unos días vimos a convencionales de izquierda y derecha tomándose de la mano en los jardines del ex-Congreso e invocando a la Pacha Mama. Aunque para algunos esto esté en el límite de lo “new age” y fuera de la sobriedad republicana, me parece que todo acto que pueda reunir a los distintos y ayudar a generar un nuevo clima de convivencia, es positivo. Así que, convencionales, como dijo el cantante José Luis Rodríguez “!agárrense de las manos!”. Lo que no puede pasar de ninguna manera es que se agarren a combos.

Una vez definido el reglamento, comenzará el trabajo de fondo de la Convención, el más apasionante y que requerirá pensar juntos, con espesor, inteligencia y visión de futuro, el nuevo pacto social que el país requiere. Ahí -como muy bien lo señaló hace poco Agustín Squellala Convención debe tener su mirada en el futuro y desapegarse del presente y la contingencia. Ese debiera ser un momento de menos “selfies”, twitters, canales de Instagram (dispositivos todos de un inmediatismo que para esto no sirve) y más de estudio y, sobre todo, diálogo. Debemos superar la conversación de matinal y ponernos a dialogar de verdad. Pero ¿qué es genuinamente dialogar?

Hay que distinguir en primer lugar entre diálogo y discusión. Y vale la pena releer lo que escribió sobre eso el gran maestro y filósofo chileno Humberto Giannini, que cultivó hasta el último día la pasión por la conversación.

Dice Giannini: “Para la argumentación política […] la instauración de una sociedad dialogante es un imperativo moral. En esto se juega nada menos que la humanidad del ser que solo mediante el ‘logos’ es hombre”. Y también afirma: “La degradación del diálogo se llama discusión o polémica […] quien discute sólo percibe la verdad o la justicia de sus propias ideas, a las que se aferra y por las que se juega ciegamente. A la discusión se llega con ‘la verdad’, con el sentimiento irrenunciable de tenerla y con la voluntad de retenerla a toda costa […] En última instancia lo que se busca en el enfrentamiento es hacer pasar el conflicto a través de la responsabilidad del otro. Este es el culpable, el Enemigo. Entonces, cualquier argumento resultará bueno para demoler su versión de las cosas: desde el argumento sofista hasta la descalificación resumida del otro: su rebajamiento moral, el insulto, la contumelia, la maldición”.

Me extendí citándote a Giannini, porque me parece es un imperativo moral -como dice el maestro- recuperar el diálogo, es un imperativo humanista. La Convención podría dar un ejemplo pedagógico de esto, restituyéndonos la esperanza y exorcizando todos los demonios que nos acosan, los de la intolerancia, mala fe, soberbia y también este infantilismo mediático que nos ha hecho tan poco avanzar y enredarnos en los pantanos de nuestra propia confusión anímica. Chile debe cambiar de estado de ánimo. Dejar atrás el resentimiento (de una parte de una izquierda vociferante y a veces delirante) y la soberbia patronal (de una derecha rígida y paralizada por el miedo) y darnos cuenta que un exalmirante, una machi, un representante de una minoría sexual, un huaso y una feminista son capaces de convivir meses juntos en un espacio común sin agarrarse de las mechas, ni destruirse mutuamente como en un patético y trágico “reality show”. Lo que puede salir de ahí, si esto resulta es un mosaico armónico, no un imbunche.

¿Acaso no nos merecemos soñar después de estos años tan duros y zarandeados? Tal vez mi optimismo tenga que ver con esta primavera anticipada por el éxito de la vacunación en nuestro país y el fin de las exasperantes cuarentenas, que nos tiene a todos, creo, por fin contentos, después de tanto encierro y depresión. Ojalá que ninguna variante Delta -viral o política- venga a arruinar esta necesaria y tan anhelada esperanza. Los países y las personas no pueden existir sin esperanza. Y la esperanza -como tantas cosas fundamentales en la vida- se construye. Es la tarea tal vez más urgente que tenemos por delante. Como dijo el filósofo Jorge Millas, en momentos muy duros de nuestra historia: “Hay que alentar la esperanza”.

Esperando tu reacción a estos comentarios, te mando un abrazo a ti y a todos y todas los y las constituyentes (y que me perdonen no poner “les”, no se me da no más)

Desde el jardín, Cristián Warnken

Cristián Warnken es el anfitrión de Desde El Jardín, de Radio PAUTA, de lunes a viernes a partir de las 20:00 horas. Escúchelo por la 100.5 en Santiago, 99.1 en Antofagasta, y por la 96.7 en Valparaíso, Viña del Mar y Temuco, y véalo por el streaming en www.PAUTA.cl