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¿Se desgrana el choclo?

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Ministros de Hacienda, Ignacio Briones, y del Trabajo, María José Zaldívar. Créditos: Agencia Uno
POR Eduardo Olivares |

El desorden ha marcado los cambios ministeriales de Sebastián Piñera, pero ahora tiene la oportunidad de formar el Gabinete por la reactivación y el empleo que desea.

Fue el general César Mendoza el que utilizó, el día de su dimisión (2 de agosto de 1985), la expresión popular “se está desgranando el choclo” para describir la situación del régimen militar en ese momento. El término no se aplica cuando algo está empezando, sino cuando se vislumbra su final. Por eso, ahora, cuando se habla de la salida de Ignacio Briones del Ministerio de Hacienda, y a Sebastián Piñera le queda poco más de un año de mandato, la expresión viene ni que pintada para describir la situación del Gobierno.

Es difícil no interpretar la salida de Briones como un signo de que a Evópoli y al ministro les interesa más una improbable candidatura que las importantes responsabilidades actuales. Tampoco deja de sorprender que las aspiraciones de Briones asomaran el sábado 16 de enero y no antes. Todos los ciudadanos tenían la impresión de que, con la salida de Mario Desbordes del Ministerio de Defensa, el 18 de diciembre pasado, el Presidente había desalojado del Gabinete a todos los que tenían aspiraciones presidenciales. La salida de Sebastián Sichel de la presidencia del BancoEstado reforzó esa impresión.

Pero no fue así. El 6 de enero, el ministro secretario general de la Presidencia, Cristián Monckeberg, cuya salida del Gobierno ya estuvo sobre la mesa cuando abandonó Desbordes, y el ministro de Agricultura, Antonio Walker Prieto, anunciaban su renuncia para competir por un puesto en la Convención Constituyente. Y ahora se dice que la ministra del Trabajo, María José Zaldívar, podría salir junto a Briones por razones personales.

Desde septiembre de 2020, el Presidente ha venido escuchando las aspiraciones de sus ministros. En privado ha manifestado que no le queda más que asumir cierto grado de desbarajuste porque estamos en “año electoral”. Pero lo cierto es que el desorden ha sido una característica en la gestión de los gabinetes ministeriales en este gobierno.

El desorden ha sido provocado en parte por el azar y en parte por la improvisación. Lo primero ocurrió cuando se sustituyó a Gerardo Varela y Alejandra Pérez en 2018. Pérez no era un cambio imprescindible, pero se designó en su lugar a Mauricio Rojas que duró cuatro días en el puesto y renunció.

En 2020 las cosas se desordenaron más. El año empezó con la abrupta salida de Marcela Cubillos el 28 de febrero. A los 14 días, salió la ministra de la Mujer, Isabel Plá. La sensación de provisionalidad se agudizó más cuando, después de una subrogación de dos meses, se designó en el puesto de Plá a Macarena Santelices y esta tuvo que abandonar a los 34 días de estar en el cargo.

Junio de 2020 fue un mes con tres ajustes en 15 días. La salida de Santelices fue un error no forzado porque cinco días antes, el 4 de junio se había formalizado el cuarto cambio de Gabinete con tres enroques y la salida de Sebastián Sichel. La sensación de desorden reinó de nuevo porque el 13 de junio renunció Jaime Mañalich, desgastado por su gestión de la Covid, y fue sustituido por Enrique París, que se postulaba hacía semanas.

Con todo, lo más curioso ha sido el periplo de Felipe Ward que empezó en Bienes Nacionales, fue llevado a la Segpres en octubre de 2019 y ha acabado, varios turnos después, en el Ministerio de Vivienda.

Cambios de Gabinete orientados a ejercer la iniciativa política realmente solo ha habido dos: el del 28 de octubre de 2019, cuando Gonzalo Blumel sustituyó a Andrés Chadwick, hombre de confianza del presidente, y el del 28 de julio de 2020, cuando se encomendó Interior al senador Víctor Pérez al frente de un gobierno con figuras de gran tonelaje como Andrés Allamand (Exteriores) y Mario Desbordes. La gestión de Pérez duró cuatro meses, hasta el 3 de noviembre, ya que una acusación constitucional forzó su dimisión. Fue sustituido por Rodrigo Delgado, cuyo bajísimo perfil ha conseguido no despertar los ataques de la oposición, lo que se considera un éxito.

Ahora, el Presidente se enfrenta a una coyuntura difícil. Debe ajustar su gabinete de manera que no quede desequilibrado por el espacio que cede Delgado y parezca un choclo desgranado. La figura que más ha crecido en el Gobierno es la de Jaime Bellolio, ministro de la Segegob, una voz fuerte en el Comité Político y que muestra iniciativa propia sin ceder un ápice en lealtad al Presidente. Hay figuras con mayor experiencia, aunque también con más pasivos, como Allamand, Alfredo Moreno, Hernán Larraín, Baldo Prokurica y la casi olvidada Cecilia Pérez, que sin necesidad de hacer nada transmiten su impronta.

Qué duda cabe de que los equilibrios del Gobierno retratan el poder presidencial. Que Juan Carlos Jobet ocupe dos carteras (Minería y Energía), aunque sean compatibles, ha sido tomado como una señal de que faltan suplentes en el banquillo, no de austeridad. Los atributos del nuevo titular de Hacienda marcarán el estilo de lo que queda de su mandato. Y si el Presidente quiere que 2021 sea el año del empleo, los del ministro del Trabajo también. Esta vez, sin embargo, no basta la excelencia técnica. También deberían tener peso político, porque la económica va a ser la más política (politics) de las políticas (policies).

Es verdad que el Presidente le habla al país a través de la composición de su Gobierno, pero también lo hace mediante las candidaturas presidenciales: una vez que salga Briones, todos los aspirantes de la derecha habrán sido miembros de su Gabinete.